7/4/20

Un virus nuevo, el COVID-19, provocó una pandemia mundial. Los trabajadores sumamos este virus a la plaga de la explotación laboral


 


  En medio de la pandemia hay un montón de “progresistas” que pronostican que el coronavirus hará cambiar el mundo, que la sociedad se hará más “solidaria”, más humana, menos egoísta, individualista y consumista, y más sensible a las necesidades del “otro”, de los pobres y de los hambrientos. Es una ilusión, una esperanza irrealizable en que nacerá un sistema capitalista humanizado, sin ninguna base alguna en la realidad. ¿Por qué el coronavirus lograría semejante cambio si el mundo entero viene sufriendo año tras año una pandemia de calamidades de todo tipo, que no solo no han mejorado nada sino que han empeorado todo?

  Las crisis humanitarias provocadas por guerras y desastres naturales que se cobran miles de víctimas cada año y en distintos lugares del planeta, se produjeron con más frecuencia de lo que el imaginario colectivo contabiliza o asocia a su rutina diaria. Podemos confeccionar una impresionante y descarnada lista desde los años 90, cuando los líderes mundiales prometían la paz, la prosperidad y la “democracia” en todo el planeta porque habían derrotado al enemigo: “el comunismo”.


Las crisis humanitarias provocadas por la intervención imperialista

  Nada de eso ocurrió bajo la dominación reforzada del sistema capitalista-imperialista. En 1990 fue la guerra del Golfo, con toda la fuerza militar de la OTAN liderada por los Estados Unidos dirigida contra la república de Irak, con un tendal de víctimas civiles. En 1991 Yugoslavia quedaba devastada y descuartizada por guerras que se extenderían por una década en el centro del territorio europeo, con miles de muertos, muchos de ellos víctimas de los ataques aéreos de la OTAN en Belgrado. En 1994, en Ruanda, se produjo el genocidio conocido como “el holocausto africano”: cien días de matanzas entre tutsis y hutus, donde jugaron también los intereses del imperialismo, y que dejaron unos 800.000 muertos.

  Luego se desató una nueva escalada mucho más agresiva. En 2001 los yanquis atacaron e invadieron Afganistán, iniciando un conflicto que sigue hasta hoy. En 2003 una coalición de potencias liderada por Estados Unidos invadió y ocupó Irak.

  En Siria, la guerra se inició en 2011 después de las movilizaciones contra el régimen de Assad; con la intervención de las potencias imperialistas el conflicto escaló con una cifra de 470.000 muertes y para 2016 más de la mitad de su población de 22 millones se había vista obligada a huir. Migraciones internas, campos de refugiados, más de trescientos centros médicos fueron destruidos. Solo en 2019, producto de ataques aéreos, murieron más de 100 civiles, incluyendo 26 niños, en la provincia de Idlib y en la zona rural de Alepo. Y según cifras oficiales, desde abril de 2019 hubo 2.721 muertes incluidos 809 civiles en un nuevo reinicio de acciones de guerra. 
 
  Más de 1.200 muertos y desaparecidos en el Mediterráneo en 2019, es la cifra de inmigrantes que en el intento de cruzarlo para alcanzar las costas del continente europeo dejaron su vida. El registro total contabiliza más de 35.000 los muertos, y en 2019 solo en un naufragio murieron 150. Todos ellos víctimas de las guerras y destrucción en Libia, en Siria, en Irak, y de la calamidad económica que se sufre en varias repúblicas del norte de África y de Oriente Medio.
 
  Se calcula que solo en el continente africano, entre 1995 y 2015 los conflictos armados han causado la muerte de unos cinco millones de niños menores de cinco años y de más de tres millones de bebés menores de un año.
 
  En 2018, casi 300 palestinos fueron asesinados y fueron heridos casi 30.000, todos víctimas de la agresión israelí, en una reiterada campaña militar contra el pueblo de la Franja de Gaza y de Cisjordania que solo en 2014 cobró más de 2.328 muertos, y que el Estado de Israel sostiene contra los palestinos en un apartheid genocida desde la creación del estado teocrático y criminal en 1948.

  El conflicto armado en Donbás, ciudad al este de Ucrania dejó el saldo de más de 3.000 muertos y 7.000 heridos desde su inicio en 2014. Solo citamos los más destacados. 
 
  La intervención imperialista no fue la causa directa de las epidemias, ni de las catástrofes climáticas, pero sí de destinar fondos de millones de dólares a ONGs y organismos específicos como la OMS, la FAO y otras tantas instituciones mundiales de dudosa o comprobada ineficacia para la prevención de crisis, según cómo se lo analice. Las calamidades producidas por el hambre, la explotación y la trata en la infancia se expande en el planeta. No evitaron las muertes producidas por el virus del Ébola en varios países de África (2014-2016), y por otros coronavirus como el SARS en China en 2002. Tampoco las muertes producidas en los campos de refugiados que lejos de servir de protección se convierten en asentamientos precarios de tiempo indefinido. Ni los millones de muertes y desplazados víctimas de inundaciones, terremotos y tsunamis localizados en zonas de alto riesgo.


 Las consecuencias de la explotación laboral, con la generalización de sistemas de semiesclavitud

Estas calamidades humanas han estado tocando la puerta de nuestras casas por la existencia del capitalismo imperialista, un sistema económico de explotación y colonización dominante en el mundo, que cotidianamente aumenta las penurias y las dificultades de la vida familiar para la clase obrera y para muchos sectores populares, y que deja al margen a crecientes masas de personas sin trabajo ni medios de vida.

El ritmo cardíaco del capitalismo se mantiene estable en el cuerpo económico si hay extracción de plusvalía, y esa plusvalía o excedente económico es la ganancia que apropia la patronal de la fábrica o empresa y que obtiene del trabajo, de lo producido en jornadas agotadoras de más de 8 horas y ritmos inhumanos, que dejan incapacitados a miles de trabajadores. En la actualidad, el capitalismo casi no usa máscaras, se presenta con sus corporaciones todopoderosas (fruto de la concentración económica) y sus métodos “civilizados”, incluso militares, para apropiarse los mercados, los recursos, la mano de obra, la producción y los capitales de los Estados a los que somete a su arbitrio. El comercio mundial y el libre mercado no son más que otras de sus máscaras que apenas cubren la verdadera lacra de la economía, la especulación financiera.

El sistema cada vez más sofisticado de extracción de rentas a costa del trabajo de millones de asalariados se juega en el casino mundial (Wall Strett, la City, etc.) de las apuestas y operaciones financieras dominantes en la economía actual, que penetran en la economía de la familia obrera porque aumentan artificialmente el precio de las viviendas, de los servicios, de la educación, de la salud y de los alimentos, y así crecen las dificultades para la subsistencia, que se convierte en calamidad para muchos, y más todavía con la llegada de la vejez si se debe vivir de una pensión miserable.

El acceso masivo de las mujeres al mundo laboral ha sumado mayor sacrificio y limitado las libertades. No es casual la explosión mundial del movimiento feminista en una nueva y más potente oleada de luchas por sus reivindicaciones y en defensa de la vida.

En este sistema de explotación capitalista-imperialista se producen plagas cotidianas para el conjunto de los trabajadores, de las que no se habla salvo cuando los ritmos de trabajo insoportables producen una ola de suicidios como ocurrió en la producción de iPhone en China, en 2010, o cuando se incendian o derrumban los edificios de fábricas textiles, una industria que ocupa  millones de personas, mayoría mujeres, incluidas niñas en condiciones de semiesclavitud y que convierten a Bangladesh en uno de los mayores exportadores textiles del mundo. O salvo, también, cuando millones de trabajadores y sectores populares alzan su voz en estallidos de masas en contra de sus gobiernos y del poder económico como ocurrió durante 2019 en varios países de América latina, en Ecuador, Chile y Colombia.

Las condiciones de trabajo con sistemas esclavos de producción se han extendido por todo el planeta y para todas las ramas de la producción, junto a las enfermedades y accidentes laborales: desde las afecciones pulmonares por la exposición a vapores, gases o humos, las posturales por el sobreesfuerzo o por jornadas prolongadas, hasta las específicas como silicosis o saturnismo. Y no solo en la producción industrial o en la industria extractiva; en los servicios también los trabajadores desempeñan tareas y ritmos insalubres, que exigen tremendos sacrificios.

En este sistema y orden social, una pandemia mundial como la producida por el COVID-19 va a aumentar las desgracias. En primer lugar, porque las produce en  poco tiempo, en meses; en segundo término, por la vulnerabilidad existente en las condiciones de vida de millones y, tercero, porque nuestra salud ya sufrió la pandemia de la explotación laboral.[1]


El virus no es una oportunidad, es una calamidad

El COVID-19 no se convierte en un llamado a la solidaridad y unidad del conjunto de la sociedad. En el plano de la política, donde también intervienen las iglesias, las manifestaciones públicas a favor de la conciliación de intereses y los llamados a la “unidad nacional” para combatir la pandemia solo buscan la confusión y la resignación de los explotados y todos los que están en la miseria frente al aumento de los despidos laborales, del pago por partes o de rebajas de los salarios, y de las penurias crecientes de los sectores populares y de los trabajadores informales.

Porque existen las clases y sus intereses son antagónicos, porque una minoría se apropia de la riqueza que la amplia mayoría produce, y porque desde los grandes capitanes de la industria, los dueños de los medios de producción y del capital hasta los propietarios de medio pelo, junto a su séquito de burócratas y parásitos a sueldo, cuando les pase el pánico al virus exigirán la vuelta al trabajo sin importar las condiciones ni las consecuencias para la salud. En el mientras tanto, en el aislamiento, que cada uno resista como puede.


Los “líderes mundiales” ante la pandemia

Los elegidos para “velar por la paz mundial y el bienestar de la población”, en la mirada de un médico de urgencias de Granada, España:

“Una banda de políticos y funcionarios que nos llevaron a este desastre”, “Pedro Sánchez, maldito canalla y criminal”, “una mierda”.

Donald Trump y Boris Johnson, además de lo deleznable de estos personajes, son los más fieles representantes de los intereses de la gran patronal y de la oligarquía financiera que necesitan la mano de obra en la producción y no en su hogar al resguardo del virus. Por esa razón, fueron los últimos en aceptar las condiciones impuestas por la cuarentena, el único método sanitario que impedía la propagación del virus.

Pero Merkel y Macron ¿qué hicieron por la Unión Europea? ¿Cuánta plata, equipos, médicos enviaron a los países europeos más afectados como Italia y España? Ahora nada, pero en 2011 destinaron los fondos de todos los Estados de la UE  para salvar a los bancos. En ambos líderes también se demuestra qué intereses representan, aunque simulen mayor compromiso social.

En la explosión de la pandemia tanto en Europa como en los Estados Unidos, todos los gobiernos de estas potencias se lanzaron a acaparar, para sus países, la producción mundial (fundamentalmente china) de mascarillas, respiradores y medicación antiviral, en el medio del caos producido por sus deficitarios servicios de salud pública y privada, y de la ineficiencia demostrada por los organismos creados por las potencias imperialistas para prevenir y controlar semejante catástrofe.


¿Qué podemos esperar en América Latina?

Los líderes políticos anuncian “los efectos del caos inminente en las poblaciones más vulnerables del mundo”, pero ningún gobierno se pronunció de forma humanitaria y repudió el bloqueo económico impulsado por las potencias imperialistas contra Venezuela y Cuba[2], que se sostiene en medio del estallido de la crisis humanitaria. Más aún, no hubo pronunciamientos contra las amenazas recientes de Trump de intervención militar contra Venezuela.

Michelle Bachelet, médica, ex presidenta de Chile, alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, ¿por qué no se pronunció en contra de la injusta medida del bloqueo? Solo se solidarizó con los “presos políticos” del régimen de Maduro. ¿Y el resto de la sociedad venezolana? Según Bachelet “Es el momento de la solidaridad y la compasión”. ¿No sería más eficaz donar fondos de la ONU y destinarlos a los sistemas de salud destruidos de América latina, en cuyo desmantelamiento usted, como presidenta de su país, colaboró o fue cómplice por omisión junto a los otros funcionarios políticos, académicos y técnicos que viven en sus cómodos puestos a expensas del sacrificio de los trabajadores?

Cuba, economía pequeña y con muchas dificultades, que sufre el bloqueo imperialista, envía médicos para asistir en focos difíciles como Italia o España, y también planean asistir a la Argentina. China inició también su campaña de asistencia fuera de sus fronteras. Mientras tanto, los Bolsonaro, Piñera, Duque y Lenin Moreno encabezan una lista de gobiernos agentes directos de las potencias imperialistas y del puñado de patrones y oligarcas financieros que dominan las economías nacionales, que han “planificado” el desastre económico de sus respectivos países, hoy abandonan al pueblo a su suerte, al sálvese quien pueda.

La atención de la salud y la protección sanitaria comienzan con la nutrición. Para defenderse de este virus y de cualquier plaga se necesitan defensas. Con mala alimentación y hambre se debilita el sistema inmunológico, y se expone a la población con más facilidad a las formas más graves del COVID-19. Lo mismo ocurre con la precariedad del hábitat: sin condiciones de higiene, de acceso al agua potable, de eliminación correcta de residuos o de un techo digno, se convierte en una tarea casi imposible evitar las consecuencias más graves del virus. En esos casos no será suficiente con la entrega y la abnegación del personal médico y sanitario, menos aún con una estructura de la salud pública destrozada, y en algunos países, inexistente.

No hay necesidad de muchas palabras ni de complicadas reflexiones. A los gobiernos de los países más pobres los vemos actuar, en vivo y en directo, y las imágenes son atroces con un virus que recién comenzó a extender los contagios en la región: los cadáveres diseminados en las calles de Guayaquil y de otras ciudades costeras de Ecuador, mientras Lenin Moreno no tiene una cifra oficial de muertes. Los asesinatos de líderes sociales continúan en Colombia, sin que Duque encuentre culpables ni los impida, y la pandemia ya se suma a las penurias sociales existentes. Los gobernadores en Brasil debieron implementar medidas contra la pandemia, a contramano del presidente Bolsonaro, que todavía niega su gravedad y las consecuencias. Algo similar ocurrió en Chile: los alcaldes y autoridades regionales obligaron a Piñera a tomar las medidas de protección, las cuarentenas y la suspensión de clases, pero igual la catástrofe asoma en las crecientes cifras de contagios y de muertes.


La única solidaridad es la que reina entre los trabajadores

El reconocimiento de la sociedad hacia los trabajadores llamados “imprescindibles”, los de la primera línea, los científicos, los profesionales y técnicos de la salud, y a los de la producción, el transporte, la seguridad, el mantenimiento y la limpieza, exigiría de los gobiernos la decisión de una retribución inmediata al esfuerzo: con aumentos de salarios, como mínimo al doble, y la provisión de equipos aptos para su protección.

Para el conjunto de los trabajadores, estos compañeros de clase significan un enorme faro; se les debe agradecer el haberse constituido en un ejemplo de sacrificio y de humanidad, ya que a través de ellos se reivindica y se ubica en primer plano el esfuerzo gris y cotidiano de millones de obreros en todo el mundo, quienes constituyen las fuerzas productivas imprescindibles para el funcionamiento de la sociedad.

Los trabajadores reconocen y valoran de forma diaria el sacrificio de los maestros en la escuela de sus hijos, la atención médica y asistencial que reciben en el hospital, el esfuerzo de los choferes en el transporte público y de los cientos de oficios que existen. Estos lazos que creamos como fuerza de trabajo deberían multiplicarse, servir para afianzar la confianza en nuestras propias fuerzas y en una política propia, en la necesidad de ser dueños del futuro, o sea, del futuro de la masa asalariada y de los sectores populares, de la sociedad en su conjunto. Unidos con el fin de liquidar de una vez y para siempre la dominación del capital concentrado y al sector social que parasita gracias al trabajo ajeno, esa pequeña minoría de la sociedad, esos que se cuentan con los dedos de una mano pero que se apropian de la porción más grande de la torta.

Una nueva situación para el día después

“El esfuerzo de crisis, por extenso y necesario que sea, no debe desplazar la urgente tarea de lanzar una empresa paralela para la transición al orden posterior al coronavirus… El desafío para los líderes es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo, advirtió Henry Kissinger, el exfuncionario y criminal imperialista norteamericano.

El pánico al incendio de la clase oligárquica-patronal-financiera mundial es tan grande como la capacidad de contagio del COVID-19. El incendio es el despertar de la movilización revolucionaria de las masas para conquistar sus derechos, no limosnas, para luchar por todo lo que les corresponde. Una movilización que, los explotadores lo saben, se fortalecería en la dinámica de la lucha, que las direcciones burocráticas no podrían controlar porque serían superadas en su intento y en sus objetivos, que convertirían en inservibles a los dirigentes políticos o sindicales “amigables” para negociar, porque no hay nada que negociar. Un incendio que solo se apaga cuando los trabajadores y el pueblo pobre logran tomar el poder político y se reconstruyan las relaciones de producción bajo otras reglas.

La patronal industrial-comercial-financiera, el poder económico concentrado, debate el futuro con los dirigentes sindicales, sociales y políticos, y con los gobiernos. Elaboran distintas estrategias post-cuarentena, con un solo norte: cómo aumentar el grado de explotación, por una vía o por otra. Es el objetivo de siempre: que los trabajadores con su esfuerzo y sacrificio paguen los gastos de la cuarentena y de la recesión, y además se hagan cargo de las deudas públicas y privadas.

Los trabajadores no deben abandonar las medidas de protección, pero no por eso deben quedarse a esperar la vuelta al trabajo o los anuncios oficiales. Es necesario debatir las condiciones y garantías para esa vuelta, y también los proyectos futuros de un sistema de salud pública eficiente a nivel nacional. Hay que terminar con los negocios de unos cuantos vivos a costa de la salud de todos, así como con respecto a la educación y a la obra pública. Es menester pensar un plan de gobierno donde los recursos se distribuyan en función de las necesidades de la mayoría. Por esa razón es fundamental fortalecer la organización independiente donde exista, y construir lazos por abajo para multiplicar la participación, ya sea a nivel del barrio o sindical.

No hay paños fríos conciliatorios que valgan cuando están en juego desde el futuro laboral hasta el monto de los salarios y el nivel de vida de la clase trabajadora. Se esperan momentos muy difíciles, y se abrió una situación extremadamente delicada para el movimiento obrero y para los sectores populares. Las condiciones futuras de los trabajadores dependerán de su fuerza organizativa independiente, de la firmeza para afrontar la lucha y del proyecto político, económico y social que se plantee.

A lo largo de la historia mundial quedó absolutamente demostrado que las revoluciones han sido los únicos medios capaces de cambios radicales a favor de la humanidad. Una pandemia o una catástrofe natural solo aumentan los penurias de los más pobres o aumentan la cantidad de pobres. Los progresos se han conquistado de una sola forma: con revoluciones.

Ningún virus vuelve mejores personas ni más solidarios a los burgueses y a la oligarquía recalcitrantes. Fueron las revoluciones las que lograron implantar valores como la igualdad y la fraternidad, los derechos al trabajo remunerado, a la vivienda digna, la salud, la educación y el ocio. Revoluciones que se produjeron por el heroico y sacrificado esfuerzo del movimiento obrero y del pueblo, y porque se propusieron alcanzar el poder para cambiar desde la raíz las normas y las reglas de opresión y de explotación.

Florencia Sánchez
6 de abril de 2020


[1] El virólogo argentino Pablo Goldschmidt, señaló una serie de factores que podrían haber incidido en el porcentaje de letalidad por el COVID-19 en Italia y tienen que ver con el trabajo: en esa región es donde más mueren por cáncer de pulmón, porque hubo fábricas de fibrocemento que usaban amianto. En las autopsias que se hicieron en Lombardía en los últimos diez años, el 85 por ciento eran por exposición laboral. Este año hubo 3,6 por ciento más que en años anteriores. Una región ya castigada por el cierre de camas y la falta de respiradores, y donde se encuentra la gente mayor, con pulmones con cáncer o lastimaduras crónicas, que hace que una infección viral se transforme en una infección mortal.
[2] El presidente argentino Alberto Fernández se pronunció al respecto recientemente en una teleconferencia del G20, llamando a terminar por razones humanitarias con el bloqueo contra Cuba y Venezuela.

2 comentarios:

  1. Muy interesante y amplio el análisis. Me parece importante señalar desde la experiencia, lo que desde ya se viene implementando en la sociedad y creería q a nivel global. En materia de educación quedó al desnudo el interes del gobierno, al menos en colombia de implementar la educación remota a través de las redes, aún con las terribles falencias de profesores y estudiantes en cuanto a elementos como computadores y acceso a datos. Pero de eso se trata, llevar a la sociedad a plantear la necesidad de inversiones en ests aspecto para poder implementar el nuevo sistema ya incertado en wuhan china, esto es el 5G del cual ya se habla de su influenca en el crecimiento del cancer en los humanos.
    Por otro lado, todas las empresas de servicios y entidades financieras se han enlistado en la aplicacion de alternativas de trabajo desde casa, estrategia que sin duda llegó para quedarse, beneficiando asi al gran sistema financiero con la reduccion de costos fijos que directamente seran trasladados a los trabajadores como lo son..los costos de locales, internet, energia electrica, acueducto etc. Esto por supuesto no implicaria un aumento salarial a los trabajadores.
    Sin duda en el sector industrial de confecciones pasará lo mismo.

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  2. " FRENTE DE SALVACIÓN IATROCAPITALISTA o
    FRENTE DE PACIENTES

    Selección médica para sacrificar a pacientes ("triaje") o
    Hacer de la enfermedad un arma revolucionaria

    La causa de muerte en el campo de exterminio Italia, tal como en otras partes del mundo, es: el médico. El "triaje" (del francés: trillar, cribar, clasificar) es el eufemismo para una de las modalidades del moderno eutaNAZIsmo primigeniamente médico. Los médicos administran la carencia inherente al iatro-capitalismo, carencia artificial que los mismos médicos producen y administran al seleccionar a los supernumerarios, a los que están de más -no en último lugar, al reprimir la protesta inherente a la enfermedad. Los médicos administran la carencia dejando morir, o sea matando pacientes a los que seleccionan para el sacrificio según criterios de valor y rentabilidad.

    Exclusivamente del mundo de carencia y escasez, los médicos pueden derivar su pretensión de determinar e imponer, quién es superfluo y con ello supernumerario, quién hace rancho aparte, quién forma parte de la parroquia y quién no, a quién pasan a cuchillo.
    La selección médica de víctimas para el sacrificio en nombre de la "SSalud" y la "Salvación" (y para el "saneamiento" de la economía iatrocapitalista), comienza mucho antes de lo que los médicos llaman "triaje". Para los trabajadores sin contrato laboral que apenas sobreviven del día a día, los condenados por el presupuesto de la muerte iatrocapitalista a hacer cola en las instituciones de la así llamada "beneficencia", a vivir sin techo o en chabolas y a la así llamada "indigencia", los prisioneros en cárceles hacinadas, los ancianos que malviven abandonados en ancianatos, los migrantes y refugiados que huyen de la persecución en su país, de la guerra y de la miseria, -para todos estos desclasados y señalados como "carga social", para todos estos degradados y humillados, el aislamiento, el confinamiento y la cuarentena forzosos supone una rampa de selección que les condena a morir de hambre aún más rápido y más adelantado que sin cuarentena. En continuación de la eutanasia diferencial, bajo el pretexto de la "SSalud", "peligro para la salud" – un texto dictado únicamente por la clase médica y sus correligionarios – el confinamiento y la cuarentena les retira del tráfico y con ello también del tráfico de mercancías, mercancías ellos mismos como fuerzas de trabajo baratas, lo cual es para ellos una condena de muerte segura en el campo de exterminio iatrocapitalista.

    Todo este moderno eutaNAZIsmo primigeniamente médico es actualmente muy obvio, y cómo seguirá es la decisión de cada cual y de todos juntos. Sobre el fondo de la contradicción fundamental entre la enfermedad y el capitalismo, el enemigo de la clase de pacientes no es un "virus", sino el capitalismo. Los así llamados "virus" son como moscas que acuden a un montón de mierda, y por más que se perfume o se desinfecte la mierda, la mierda iatrocapitalista sigue siendo mierda. Y ¡esta mierda iatrocapitalista tiene que desaparecer! Toda esa palabrería de un "virus" quiere distraernos exactamente de la virulencia mortífera del iatrocapitalismo putrefacto.

    Solución: ¡Oponer a los médicos un frente de pacientes!

    No hay campo de batalla alguno fuera de la enfermedad. Hacer de la enfermedad un arma.

    Colectivos de enfermedad libres de médicos como primer paso para la creación de la especie humana que aún falta. SPK/PF(H) y los colectivos-EMF alrededor del mundo un primer comienzo.

    Fuertes por la enfermedad, ¡Frente de Pacientes!
    "
    Tomado de:
    http://www.SPKPFH.de/Maquinaciones_de_los_medicos_coronavirus_EMF_Col.htm#Actualizacion_triaje

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