22/12/23

La crisis mundial del capitalismo imperialista despierta a los viejos fantasmas… En el siglo XXI, en la Argentina triunfó un libertario de otro siglo


Las patotas de niños bien se dirigieron a los comités socialistas y lugares de reunión anarquistas para romper e incendiar todo a su paso. Así cayeron bajo las llamas el diario La Vanguardia, órgano del Partido Socialista, el periódico anarquista La Protesta y varios locales del sindicalismo:

"Centernares de jóvenes universitarios y miembros de organizaciones de la élite, como el Club Sportivo, se lanzaron a las calles con banderas y escarapelas argentinas, cantando el himno nacional y vivando a la patria... Quemaron locales obreros (sedes gremiales, bibliotecas, escuelas, librerías), atacaron dirigentes gremiales. Pero la ola de violencia no se detuvo allí y se extendió a otros ámbitos de la sociedad como el emblemático circo de Frank Brown que fue incendiado, cafés, prostíbulos, bares y comercios de ciudadanos judíos. Se trataba centralmente de un ataque al anarquismo que se extendió al socialismo, al movimiento obrero y, en una clara manifestación de xenofobia, a los extranjeros como los rusos judíos".

Los festejos del primer Centenario de la Revolución de Mayo y la exclusión del movimiento obrero, Juan Suriano, en Revista de Trabajo No. 9, IDAES-UNSAM.


Esto sucedió hace más de un siglo. Ahora, con el triunfo electoral de Javier Milei se desató una ofensiva brutal de la burguesía contra el movimiento obrero y de masas. En los días previos a su asunción, las góndolas de los supermercados solo recibían remarcaciones de precios y el aumento del combustible se anticipaba al nuevo plan económico.

Con las primeras medidas del nuevo gobierno la ofensiva se profundizó. La devaluación de más del 100% del peso, un ajuste feroz de la economía estimado en el 5,2% del PBI, la liberación del comercio (derogación de la Ley de abastecimiento, represión del agio y la especulación), las desregulaciones en el mercado laboral, entre otras –además de congelamiento de las jubilaciones, despidos en el Estado y el restablecimiento de un impuesto “a las ganancias” para los salarios más altos–, sumadas a la estampida en el alza de los precios de los alimentos, combustibles, alquileres, medicamentos, ubicará los porcentajes de inflación mensual a niveles superiores al 20% (preveen un 1% diario).

Ganaron las elecciones los “niños bien” del siglo XXI. Tanto La Libertad Avanza (el partido de Milei) como los dirigentes del PRO (el partido del expresidente Macri) que colaboraron con el triunfo de Milei se autodefinen como “gente de bien”. No está claro si incorporan en la tribu del “bien” a todo el 56% de la población que los votó, porque gran parte de ellos son pobres, pero sí está claro que el 44% que no los votó no son “gente de bien”. Tampoco está claro cuánto tiempo durará el respaldo social a un gobierno que sumará a más de un 20% al 45 % de pobres de la actualidad. Milei aplicó la “terapia de shock” contra los trabajadores. Una vez más el plan de shock se trepó a todos los despachos y salones los techos de la Casa Rosada, y pretende avanzar sobre los derechos democráticos, como el de la protesta. La situación abierta se ve agravada por la complicidad y cobardía del conjunto de la dirigencia política, sindical y social opositora, que en nombre de la “gobernabilidad”, que no es otra cosa que la institucionalidad del régimen, avalan y negocian a puerta cerrada las condiciones supuestamente “tolerables” del ajuste.

El peronismo de Unión por la Patria –la coalición derrotada, que incluye a los “renovadores” del candidato perdedor, a los kirchneristas, a la dirigencia sindical y de los movimientos sociales ligados a la Iglesia– en cierto sentido descansan aliviados de que sea Milei quien ponga la cabeza en la guillotina del FMI. Pero ellos fueron los responsables de preparar el terreno en todos los niveles. En primer lugar, por aceptar el plan del FMI. Si triunfaba Massa también se iba a un nuevo ajuste, como lo dejó claro Gabriel Rubinstein, el viceministro de Economía de Massa: “La devaluación y el ajuste fiscal eran inevitables”, “es necesario que baje la brecha cambiaria”.

El conjunto de las políticas del último gobierno estuvieron determinadas por el plan imperialista inflacionario de pago de la deuda externa, solo maquilladas durante el período de pandemia, cuyo costo social y sanitario lo pagaron los trabajadores.

En segundo lugar, en la pelea entre salarios, renta monopólica y financiera de capitales nacionales y extranjeros, en un país gravemente endeudado, la peor parte, las migajas, las reciben los trabajadores que estuvieron atados de pies y manos por el conjunto de sus direcciones políticas, sociales y sindicales, en el plan de impedir la movilización y la lucha contra el hambre. En cuatro años del gobierno de Fernández, con una inflación mayor al 100%, no hubo huelgas generales ni marchas de protesta de los mayoritarios movimientos sociales peronistas.

 

La alternativa del voto para terminar la inflación

 

Amplios sectores del movimiento obrero y popular declararon culpables de este desastre económico-social, institucional y político de la Argentina, en primer lugar al gobierno de los “niños bien” lacayos de los capitales financieros imperialistas, período 2015-2019 dirigido por Macri en unidad con radicales y ex radicales en la coalición electoral Juntos por el Cambio, que durante su mandato persiguieron dirigentes políticos, sindicales y populares, aplicaron tarifazos, destruyeron salarios y puestos de trabajo y endeudaron el país, sumando una deuda fraudulenta con el FMI. En esta elección se presentaron con la fórmula presidencial Bullrich-Petri y sus votos no les alcanzaron a disputar la segunda vuelta.

En segundo lugar, al gobierno que lo reemplazó (2019-2023), con Alberto Fernández y Cristina Kirchner como presidente y vice, con el conjunto de dirigentes políticos, sociales y sindicales peronistas, renovadores y kirchneristas de UP. Y con el ministro de Economía, Sergio Massa, que encabezó la fórmula presidencial para aspirar a la reelección de la coalición de gobierno. Un gobierno que se comprometió con el FMI a cumplir con esa deuda fraudulenta e impagable, que hipotecaba el futuro del país con la inevitable entrega del patrimonio financiero, productivo, humano, lo cual abriría la puerta al saqueo de recursos nacionales, gobernaron al servicio del colonialismo financiero y de los monopolios privados nacionales. Estaba claro que con el alza insoportable de los precios de los alimentos no podía aspirar a la reelección.

El gobierno peronista argumentó que el país había sufrido graves males por desgracias ajenas a su política: primero, la pandemia; después, la brutal sequía, que redujo en miles de millones de dólares los ingresos por exportaciones agropecuarias, y finalmente, la guerra en Ucrania, que aumentó los precios del petróleo y los combustibles que el país necesitaba importar, y que esa situación exigía imponer “sacrificios”. Incluso si el país hubiera tenido un gobierno defensor de los intereses obreros y populares, inevitablemente se impondrían sacrificios. Pero el gobierno peronista se dedicó a sacrificar al pueblo trabajador y a los sectores menos pudientes der las clases medias, y a “ayudar” (favorecer) a los capitalistas.

Los dos gobiernos, el de Macri y el de Alberto Fernández-Cristina Kirchner-Massa constituyeron los “gobiernos de la inflación”, y convirtieron los salarios y jubilaciones en papel mojado. Desde 2012 la carrera de precios no frena y en la actualidad obliga a convivir con aumentos en forma diaria.

Esa es la razón del triunfo vertiginoso de Milei, el tercero en discordia, que no lo hace dueño de atributos excepcionales. Milei ganó porque una importante parte de los trabajadores y de los sectores populares decidieron que el voto a lo nuevo o disruptivo era la herramienta para terminar con la situación asfixiante política, social y económica.

Las direcciones sindicales, que en su casi totalidad respaldaron el proyecto político de Unión por la Patria y llamaron a votar por Massa, se apoyaron en las negociaciones paritarias para defender los salarios solo de sus respectivos gremios; los más fuertes lograron perder menos, pero los más débiles perdieron mucho. Cuando los planes de ajuste se superponían unos con otros y el salario corría detrás de la inflación, la Confederación General del Trabajo no convocó ni una vez a una huelga general para unificar a todos los trabajadores sindicalizados en una lucha común por un salario mínimo universal que garantizara unba vida digna a sus familias actualizado automáticamente según la inflación. Y lo más grave es que nunca defendieron a los jubilados ni el salario informal de casi la mitad de la fuerza de trabajo que no tiene convenios ni paritarias, lo que obligó a una parte muy importante a completar sus salarios con “changas” (trabajos eventuales) o en el comercio informal, y a sumar a otros integrantes del grupo familiar en esas tareas para garantizar el sustento diario. Es más, ayudaron a desacreditar su lucha en las calles.

Es simple entender este triunfo bajo las dificultades que se multiplican para cubrir una canasta básica de alimentos, vivienda y medicamentos, con inflación mayor del 100% anual. Quienes no votaron a Milei entendieron que detrás de su “sinceridad desmedida”, volvía el plan de arrasar con los derechos escenciales de la mayor parte de la población para beneficio de la minoría más rica. Sobrecumplir las metas impuestas por el FMI, como prometió Milei, significaba repetir los sacrificios de los últimos años, con aumento del deterioro de las condiciones sociales y de los salarios. Por esa razón, quedaron presos una vez más de la falta de alternativas, de aceptar las migajas porque lo que viene es peor, una disparada sin control de precios, devaluación, recesión económica y pérdida de puestos de trabajo.

 

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Al cierre de esta nota, Milei acaba de emitir un “Decreto de Necesidad y Urgencia” con más de 300 medidas, que van desde gran cantidad de desregulaciones de la actividad comercial e industrial, el comercio exterior, el régimen laboral y previsional, el derecho a huelga, el Código Civil, los alquileres, la privatización de las empresas públicas, los servicios de salud privados y sindicales… ¡hasta la conversión de los clubes de fútbol –hasta ahora “propiedad de los socios”– para convertirlos en Sociedades Anónimas y la autorización a Starlink, la empresa de Elon Musk para la operación de Internet en el país!



 

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