22/4/22

3. Los “progresistas” y la “izquierda radical” al servicio del imperialismo occidental

 

Introducción

En esta oportunidad entregamos tres artículos, que abordan distintos aspectos de un mismo problema: la guerra en Ucrania. Siendo éste el tercero artículo, el presente texto es una polémica abierta con la izquierda y los progresistas, denunciando cómo sus posiciones, unas más abiertamente y otras de manera velada, le sirven en realidad al imperialismo.

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Los medios masivos y las redes sociales del mundo entero se dedican día y noche a mostrar la destrucción provocada por los ataques rusos a diferentes ciudades ucranianas, la separación de familias en las fronteras de Ucrania con los países que reciben los millones de refugiados, etcétera, etcétera, etcétera. También propagandizan las sanciones económicas contra Rusia y las denuncias de sus “crímenes de guerra” por parte de las instituciones internacionales “defensoras de la libertad y la democracia”: las Naciones Unidas –desde su Consejo de Derechos Humanos hasta Unicef (Fondo Internacional de Emergencia para los Niños)–, la Corte Penal Internacional de La Haya, etcétera, etcétera, etcétera. Y hasta el Papa, que con la infinita hipocresía de esa cueva de bandidos que es el Vaticano había intentado aparecer como un tipo neutral que solo quería la paz, terminó mostrándose en público con una bandera ucraniana.

A esta manada de entidades políticas se suman infinidad de organizaciones de la “sociedad civil” y ONGs que se jactan de ser defensoras “de la democracia” y “de los derechos humanos” como, por ejemplo, Human Rights Watch (Observatorio de los Derechos Humanos), Médicos sin Fronteras, la Cruz Roja, los ecologistas de Greenpeace, pacifistas y organizaciones como Anonymous. A la condena a Rusia también se suman “progresistas” de todos los pelajes, comenzando por algunos gobiernos de América Latina (el patio trasero de Estados Unidos) que dicen serlo, como el de Alberto Fernández-Cristina Kirchner en la Argentina y el de Gabriel Boric en Chile. Todos estos acompañados por una comparsa de miles de politólogos, periodistas, psicólogos, académicos, economistas, etcétera, que repiten como loros los argumentos del imperialismo occidental (Estados Unidos más Europa) sobre la “defensa de la soberanía y la integridad territorial” de Ucrania y su régimen “democrático”… que incorporó a sus fuerzas militares a los nazis del Batallón Azov, se apoya en paramilitares también nazis y acaba de prohibir a 11 partidos políticos.

Todas las guerras son bárbaras y tienen consecuencias atroces, pero muy pocas veces se vio semejante Santa Alianza “humanitaria, democrática y derechohumanista”. Cuando la Segunda Guerra Mundial concluyó con la derrota del Eje (Alemania, Italia y Japón) por parte de los Aliados (básicamente la Unión Soviética, Estados Unidos e Inglaterra), en la ciudad de Nurenberg fueron juzgados los jerarcas y militares nazifascistas por los genocidios cometidos contra millones de judíos, gitanos, eslavos, sindicalistas, socialistas, comunistas y hasta homosexuales y discapacitados. Algunos de los nazis fueron justamente condenados a muerte; otros a largas penas de prisión.

Pero también quedó demostrado que los “derechos humanos” y la Convención de Ginebra, que prohíbe la matanza de civiles y las torturas y asesinatos de prisioneros de guerra, nada tienen que ver con la falsa “igualdad ante la ley” de la llamada “Justicia”. No se denunciaron como “crímenes de guerra” los bombardeos de los aviones yanquis y británicos sobre las ciudades alemanas de Dresde y de Hamburgo (40.000 y 50.000 muertos respectivamente) durante la Segunda Guerra Mundial, ni los bombardeos yanquis a Tokio, que mataron a 100.000 civiles, ni tampoco las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, que según Naciones Unidas provocaron “más de 200.000 muertos y, en décadas posteriores, sumaron 400.000 decesos más” debido a la radiación. Tampoco funcionó esa “Justicia” cuando Estados Unidos invadió Irak, una operación que dejó un saldo de 1 millón de muertos, 137.000 de ellos por ataques aéreos. Y más etcéteras.

Cualquier “progresista” sabe esto, pero lo único que le cabe en la cabeza a la hora de ubicarse en el campo de la “Santa Alianza” es que el “autócrata” Putin es un tirano violento que atacó militarmente a un país mucho más débil violando su “democracia”, su “autodeterminación” y su “integridad territorial”.

Lo que es mucho más pérfido, aunque no sea algo nuevo, es que la llamada “izquierda radical” haga exactamente lo mismo.

Tomaremos como único ejemplo a la versión argentina de esa “izquierda” porque tiene tres características muy importantes:

1. En 1982, bajo una dictadura militar, la Argentina luchó y perdió una guerra contra los ingleses apoyados por Estados Unidos, o sea, contra la OTAN, por la soberanía de las Islas Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña, en la que hoy hay una base militar cada vez más poderosa, capaz de albergar misiles nucleares.

2. En 1998, Estados Unidos designó a la Argentina “Aliado importante no-OTAN” (Major non-NATO ally), una relación con los yanquis que otorga ventajas militares y financieras que no pueden tener los países que no pertenecen a la OTAN.

3. En la clase trabajadora y el pueblo pobre del país, sobre todo en los sectores más explotados, se mantiene un profundo odio a los imperialismos yanqui e inglés.

4. La mayor parte de la “izquierda radical” argentina, que se reclama “marxista revolucionaria y trotskista”, agrupada electoralmente en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) obtuvo cuatro bancas en la Cámara de Diputados en las últimas elecciones, y es alabada por la “izquierda radical” de varios países del mundo como un ejemplo de “unidad de la izquierda” que hay que imitar.

Pues bien, las organizaciones que integran el FIT –como otras de la “izquierda radical” que no lo integran pero lo apoyan “críticamente” en todas las elecciones– coinciden con la “Santa Alianza” en condenar a Rusia por haber inciado una guerra y en exigir que retire sus tropas de Ucrania en defensa de la “integridad territorial” y el “derecho a la autodeterminación” de los ucranianos. Evidentemente no están de acuerdo con la nota del Washington Post que publicó el 27 de marzo el diario oligárquico La Nación, titulado “El Pentágono recupera la confianza tras años difíciles”, que decía:

“Un alto oficial del Pentágono… dice que las últimas semanas demostraron que Estados Unidos ‘tiene la capacidad de alinear su primacía en el sistema financiero global y su red de aliados para aplastar a cualquier agresor’.”

Dentro de la “izquierda radical” argentina, quien más crudamente y abiertamente expone su alineamiento servil con esta “Santa Alianza” es la organización proimperialista Izquierda Socialista, integrante del FIT. En su página oficial llegó a escribir pronósticos disparatados como este: “Obama y la ONU solo harán declaraciones buscando no molestar a su aliado Putin”. Miguel Sorans, su máximo dirigente, define así la guerra en curso:

En Ucrania no hay una guerra interimperialista, no hay dos países imperialistas enfrentados.

Ni los Estados Unidos, ni la UE, ni la OTAN, han enviado tropas, no han disparado ni un tiro en Ucrania. El choque militar es entre Rusia, una potencia imperialista, y Ucrania, un país semicolonial.”

Y a partir de esta definición, enuncia la política de su organización:

“Nos sumamos y apoyamos a los que enfrentan a las tropas rusas. Estamos en el mismo campo militar.”

Una política en la que coincide Miguel Lamas, también dirigente de Izquierda Socialista:

“La guerra mostró al mundo el carácter capitalista e imperialista en expansión de Rusia. Putin se propone restaurar el imperio ruso zarista. Para eso fue la invasión de Ucrania, y no por la ‘expansión’ de la OTAN como fue la justificación de Putin.”

Quien coincide totalmente con la política del grupo Izquierda Socialista es el Partido Socialista de los Trabajadores Unidos (PSTU):

“Lo que tenemos ante nuestros ojos es una guerra de agresión nacional de la segunda potencia militar del mundo contra una nación mucho más débil… Ante una guerra de agresión nacional como la actual, la única posición legítima desde el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora internacional es la solidaridad y el apoyo a la resistencia del pueblo ucraniano para derrotar la agresión imperial rusa. Por eso debemos estar en el campo militar del pueblo ucraniano”.

Para empezar hablar en serio, hay que dejar de lado la burrada que escribe Miguel Sorans acerca de que “Ni los Estados Unidos, ni la UE, ni la OTAN, han enviado tropas, no han disparado ni un tiro en Ucrania”. Para cualquiera es evidente que Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN sí participan en la guerra, enviando toda clase de armamentos al ejército ucraniano, ayudando con miles de millones de dólares a Zelenski y tratando de hundir la economía de Rusia con sus brutales sanciones económicas. En ese “mismo campo militar” se ha ubicado Izquierda Socialista.

El resto de la “izquierda radical” argentina no lo dice tan brutal y francamente, pero en el fondo coincide en la política al exigir que Rusia se retire de Ucrania, o sea, que triunfe el “campo militar” liderado por el presidente Zelenski. Sólo que lo hace con un recurso mucho más hipócrita y engañoso: el “ni-ni”, o sea, “Ni Rusia ni la OTAN”.

• Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS, FIT): “No a la Guerra. Fuera a las tropas rusas de Ucrania. Abajo la OTAN”.

• Partido Obrero (PO, FIT): “Fuera la Otan y el FMI de Ucrania y el este de Europa. Abajo la burocracia restauracionista de Putin. Fuera las tropas rusas y los bombardeos a Ucrania”.

• Nuevo MAS: “Nuestra solidaridad está con el pueblo ucraniano que legítimamente defiende su derecho a la autodeterminación. Al mismo tiempo, rechazamos las declaraciones hipócritas y las acciones de Biden y la OTAN, tan guerreristas como Putin”.

• Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST): “Surge evidente a los ojos de millones que la brutalidad con la cual la Rusia imperialista de Putin atacó al pueblo ucraniano merece un profundo repudio… la expansión hacia el este europeo de la OTAN y el pedido de Zelensky de ingresar a este bloque político-militar es parte clave de las responsabilidades en el origen de esta guerra”.

Todas estas organizaciones tratan de mantener algún harapo de su autoproclamado ropaje “marxista revolucionario” declarando que la solución de fondo del conflicto es hacer la revolución socialista en Ucrania. Algo que es muy correcto desde una perspectiva histórica pero que tiene un inconveniente: para acabar con esta guerra hay que hacer primero la revolución socialista en Estados Unidos y en Rusia. Puro bla, bla, bla para ocultar su servilismo actual al imperialismo occidental –sea abierto o sea encubierto con la política del “ni-ni”–, y pone en evidencia como mienten cuando dicen oponerse a la expansión de la OTAN, ya que ni siquiera llaman a luchar para que la Argentina deje de ser “Aliado importante no-OTAN” de Estados Unidos, el jefe de la OTAN.

Una política que estas organizaciones practican sistemáticamente desde que colapsó la Unión Soviética y que tuvo su prueba de fuego durante la guerra que desmembró a Yugoslavia, que culminó con tres meses de bombardeos de la OTAN a Serbia para defender el “derecho a la independencia” de la provincia de Kosovo. Esos ataques destruyeron gran parte de su infraestructura y de sus fuerzas militares, y causaron miles de muertos militares y civiles.

Toda esta “izquierda radical” respondió con el “ni-ni”: “Ni Milosevic (el presidente de Serbia) ni la OTAN” o “Ni Milosevic ni bombardeos”. El resultado fue que Kosovo no logró ninguna independencia sino que se convirtió en un protectorado de Estados Unidos, en cuyo territorio los yanquis instalaron una enorme base militar llamada “Bondsteel” o “Eslabón de acero”, la segunda base militar más grande del Ejército de los Estados Unidos en Europa. En esa base se entrenaron miles de soldados que participaron en la invasión de la OTAN a Afganistán en 2001 –que duró 20 años hasta que fue derrotada en 2021–, y fue de importancia estratégica para la invasión yanqui a Irak en marzo de 2003.

Hasta el día de hoy no conocemos ninguna autocrítica de esta “izquierda radical” por no haber defendido a Serbia ni haberse pronunciado tajantemente por la derrota de los yanquis y la OTAN en Serbia ni en Afganistán. Estas organizaciones ya tienen sus políticas completamente determinadas por sus inconfesables ideologías de que la “democracia” imperialista es mucho mejor que los regímenes “dictatoriales” y “bárbaros” de un Milosevic o de los Talibanes, que enfrentaron al imperialismo. Dicho de otra manera, el “ni-ni” siempre estuvo a favor del apoyo al imperialismo occidental y a la OTAN en sus operaciones políticas y militares contra países más débiles o atrasados.

Finalmente, estas “izquierdas radicales” dicen que responden a los intereses de la clase obrera internacional y de los países atrasados oprimidos y saqueados por las potencias imperialistas. Pero ¿qué pasaría si Rusia fuera derrotada en la guerra en Ucrania? Indudablemente se fortalecerían los yanquis y la OTAN, que venían sufriendo crisis sucesivas por el fracaso de sus operaciones desde Irak hasta Afganistán.

Según un informe del Conflict Management and Peace Science Journal, en la actualidad hay 173.000 tropas norteamericanas en todo el mundo desplegadas en unas 254 bases e instalaciones militares. ¿Para estas “izquierdas radicales” esas bases tienen el objetivo de apoyar a los trabajadores del mundo y a los países atrasados o a estos les conviene que se debiliten?

El Manifiesto Comunista de Marx y Engels termina con el primer grito de guerra del marxismo revolucionario contra el capitalismo: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Desde Lenin, ese grito de guerra se amplió a los países atrasados y a los pueblos pobres de todo el planeta, y desde entonces nadie puede declararse marxista revolucionario si no es intransigentemente antiimperialista.

Quienes exijen la retirada –es decir, la derrota– de Rusia en la guerra de Ucrania han renegado hace muchos años del marxismo revolucionario.

Eugenio Greco

2. La guerra en Ucrania y quién la provocó

 


Introducción

En esta oportunidad entregamos tres artículos, siendo éste el segundo, que abordan distintos aspectos de un mismo problema: la guerra en Ucrania. El presente artículo muestra quiénes en realidad han provocado esta guerra.

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La definición sobre qué clase de guerra hay en Ucrania no se puede responder con definiciones generales sobre si Rusia es o no es imperialista. En el sistema económico mundial, que es el del capitalismo imperialista, las oligarquías de cualquier país tratan de explotar a otras naciones en la medida de sus fuerzas. Brasil y Argentina no son países imperialistas sino víctimas de las potencias imperialistas, pero ambos países son victimarios “subimperialistas” de Paraguay y Uruguay. Rusia es un país capitalista, con su propia burguesía y su concentración del poder económico en riquísimas oligarquías, y Putin asienta su poder en esa estructura económica. Si se la quiere definir como “imperialista” tiene interés, pero no responde a las preguntas fundamentales: qué clase de guerra es esta y, sobre todo, quién la provocó.

El estratega alemán Karl von Clausewitz, en su libro De la guerra –que sigue siendo de estudio obligatorio en las academias militares en todo el mundo–, define que “El objetivo [de la guerra] es desarmar al enemigo”, y explica:

Para que al oponente se someta a nuestra voluntad, debemos colocarlo en una tesitura más desventajosa que la que supone el sacrificio que le exigimos… La peor posición a la que puede ser conducido un beligerante es la del desarme completo. Por lo tanto, si hemos de obligar por medio de la acción militar al oponente a cumplir con nuestra voluntad, tenemos o bien que desarmarlo de hecho, o bien colocarlo en tal posición que se sienta amenazado por la posibilidad de que lo logremos… el desarme o la destrucción del adversario… debe consistir siempre el objetivo de la acción militar.

Clausewitz explicaba también que antes de comenzar una guerra había que prepararse para ella armando ejércitos poderosos, bien equipados y con buena logística, y realizando maniobras militares que los ubicaran en posiciones estratégicamente ventajosas.

Después de la desaparición de la Unión Soviética, Estados Unidos logró ser la única superpotencia mundial tanto en lo económico como en lo militar, y sus estrategas se habían fijado el objetivo de lograr imponer su hegemonía en toda “Eurasia”, un área que abarca desde España hasta China, con 5.000 millones de habitantes. Pero Rusia había heredado y desarrollado la capacidad nuclear de la Unión Soviética, mientras China se convertía en una potencia industrial y tecnológica que la convertía en gran competidora económica de Estados Unidos, lo que significaba un enorme obstáculo para aquella estrategia. Además, la Europa imperialista aprovechaba que su seguridad militar estaba garantizada gratuitamente por Estados Unidos para hacer toda clase de negocios con China mientras se abastecía del petróleo y el gas de Rusia. Fue por eso que los sucesivos gobiernos del imperialismo yanqui, tanto los republicanos de Bush y Trump como el del demócrata de Obama calificaron a Rusia y China como enemigos estratégicos y amenazas a la “seguridad nacional” de Estados Unidos. Y actuaron en consecuencia desarrollando las maniobras militares de las que hablaba Clausewitz expandiendo a la OTAN hacia las fronteras de Rusia.

La OTAN fue creada en 1949 estaba integrada inicialmente solo por Estados Unidos y los países de la Europa imperialista, pero a partir de 1999 se fueron sumando a la OTAN –solo en Europa– Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Albania, Croacia, Montenegro, Bosnia y Herzegovina, Georgia y Macedonia del Norte. Al día de hoy, la OTAN ya está instalada en cinco países fronterizos con Rusia y/o su aliada Bielorrusia: Noruega, Polonia, Estonia, Letonia y Lituania. El gran país que faltaba para completar el cerco sobre la frontera con Rusia de la Europa imperialista era Ucrania, que le abrió las puertas a la OTAN en 2019, cuando su Congreso votó enmiendas a la Constitución que garantizan que el país se integrará a la Unión Europea y a la OTAN. Si no lo logró hasta ahora fue porque para entrar a la OTAN el Estado debe tener el control completo de su territorio, y no lo tiene porque en 2014 comenzó una guerra civil cuando los pueblos de Donetsk y Lugansk quisieron separarse de Ucrania y ser parte de Rusia, y fueron ferozmente atacados por el ejército ucraniano, y ese mismo año Rusia incorporó Crimea a su territorio. Y la importante noticia de estos días es que Suecia y Finlandia, históricamente países neutrales, parecen avanzar hacia integrarse a la OTAN, algo que, en el caso de Finlandia, que comparte más de 1.300 kilómetros de frontera con Rusia, significaría el cerco total de Rusia por el Norte.

Si se entiende que una guerra propiamente dicha sólo comienza cuando hay enfrentamientos militares abiertos, estos comenzaron hace ocho años cuando estalló la lucha entre el gobierno ucraniano y los pueblos de Donetsk y Lugansk, y Rusia recuperó Crimea. Pero la preparación de la guerra no la hizo Rusia sino Estados Unidos y sus compinches de la OTAN. Como había dicho Clausewitz, el objetivo era lograr que el “oponente se someta a nuestra voluntad”, y como el enemigo ruso no se sometía, lo fue rodeando para “colocarlo en tal posición que se sienta amenazado por la posibilidad de que lo logremos”. Cuando Ucrania incorporó a su Constitución el ingreso del país a la OTAN mientras los imperialismos occidentales entrenaban y armaban hasta los dientes a su ejército –regimientos y paramiltares nazis incluidos–, a Rusia solo le quedaban dos caminos: capitular al imperialismo occidental o ir a la guerra contra el régimen político ucraniano apéndice de la OTAN. Y Putin optó por el segundo.

Eugenio Greco

1. El sistema capitalista-imperialista mundial y la guerra en Ucrania





Introducción



   En esta oportunidad entregamos tres artículos, siendo éste el primero, que abordan distintos aspectos de un mismo problema: la guerra en Ucrania. El presente artículo ubica teórica e históricamente esta guerra, situándola -al contrario de cómo lo hacen los plumíferos del imperialismo-, en una relación directa con la dinámica parasitaria y destructiva del sistema capitalista-imperialista mundial. 

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   El último 24 de febrero Putin inició la operación militar en Ucrania, una guerra que está en pleno desarrollo, que no se inició con el primer misil ni el avance de las tropas por el norte y este del país, hubo una escalada previa que culminó en esta fase donde solo el poder de fuego definirá los resultados y/o abrirá nuevos problemas no solo para los ucranianos y los rusos también para la clase trabajadora mundial.

   Para encontrar las causas de la actual conflagración que cada día suma el armamentismo y la intervención financiera y logística de más países hay que remontarse, por lo menos, tres décadas atrás y lo más importante, no distraer la atención de lo esencial, las leyes que impone la vigencia del sistema capitalista-imperialista, de los problemas agudos y de las contradicciones que se profundizan en cada nueva largada en la carrera por la dominación.

   En el escenario de batalla y después de 50 días se alejan los indicios de una rápida solución, porque de forma inmediata a la declaración de guerra de los rusos, se desató una “invasión” informativa imperialista mundial en una férrea unidad casi inédita, tendiente a justificar el intervencionismo militar de las potencias más poderosas del mundo, está claro que el asunto que desató esta guerra abarca muchos intereses, para comenzar los de EE. UU. Biden no deja de anunciar provisión de dinero para armar a Ucrania con “…servicios del Pentágono, así como entrenamiento y educación militar”, ni hablan de pacificación ni de negociación, solo de sanciones contra Rusia y más armas y entrenamiento militar para el ejército ucraniano. El 13 de abril, el periodista Rafael Poch de Feliu publicó en su blog una nota cuyo título, “Hacia una escalada bélica”, describe lo que está en marcha. Primero cita un texto publicado en Yahoo News de Zach Dorfman, su “corresponsal sobre seguridad nacional”, titulado “Los paramilitares ucranianos pueden tener un papel central si Rusia invade”, que dice:


2500 millones de dólares desde el inicio del conflicto, solo por parte de Estados Unidos, que se suman a los envíos previos a la invasión y al intenso entrenamiento de cuadros del ejército y los servicios secretos ucranianos a cargo de la CIA que comenzó en 2015, inmediatamente después del cambio de régimen en Kiev. (CIA-trained Ukrainian paramilitaries may take central role if Russia invades (yahoo.com))

 

   Y agrega:


… La OTAN ha puesto 40.000 hombres más en su flanco oriental, establecerá más bases militares permanentes en Europa Oriental y suministra misiles tierra-aire para abatir aviones rusos y misiles contra naves rusas en el Mar Negro.

 

   Parece difícil que Putin encuentre la respuesta a los primeros reclamos del gobierno ruso en la mesa de negociación. Se vaciaron las sillas para esa posibilidad, y la actual decisión de Estados Unidos-OTAN-gobierno ucraniano es prolongar la guerra por la vía del envío constante de armas, equipamiento, tecnología, “asesores” militares y de los servicios de inteligencia, más las sanciones y medidas tomadas con el fin de hundir la economía rusa, que produzcan calamidades al pueblo ruso y así liquidar el liderazgo de Putin. Todas medidas ejemplificadoras contra quien se atrevió a desafiar el poder imperialista.

   Los propósitos –no únicos, pero si los fundamentales– de Rusia estaban dirigidos a lograr una ampliación de su zona de seguridad, ante la constante extensión de la OTAN con la incorporación de los países limítrofes, en particular de Ucrania, en un continuo avance, que no se detuvo desde la desintegración de la URSS. La contraofensiva militar rusa perseguía establecer límites a la intervención militar imperialista, que ha regado de bases el extranjero cercano. Rusia no encontró otro camino para frenar estas amenazas, y respondió en el único idioma que entienden las potencias imperialistas: el de las armas.


DE “ESO” NO SE HABLA


   Los propagandistas a sueldo del amo imperialista lo defienden en una forma encubierta, pero a los trabajadores no nos pueden mentir descaradamente. Conocemos qué es la OTAN y al servicio de qué potencias e intereses económicos interviene y bombardea países. Conocemos al FMI y el Banco Mundial. Y también conocemos la actuación de las potencias europeas, Japón, Canadá, Australia y fundamentalmente de los Estados Unidos, que respaldan e impulsan el saqueo constante de los recursos en Latinoamérica y en el resto del planeta. Sufrimos la opresión nacional (golpes blandos y duros, lawfare, saqueo de recursos, etcétera), la anexión de zonas de nuestro territorio –desde Puerto Rico hasta las islas Malvinas–, el endeudamiento permanente y los regímenes militares y reaccionarios como formas de sometimiento. En definitiva vivimos bajo un sistema mundial “imperialista”, aunque a los actuales analistas y políticos les suene un término fuera de época.

1. El mundo se divide en potencias imperialistas ricas y países semicoloniales pobres


   De esta conflagración desatada por Rusia en Ucrania todavía desconocemos muchos aspectos, pero entendemos cómo la crisis crónica del capitalismo-imperialista empuja cada día más a la utilización de la guerra como medio privilegiado en la disputa por el reparto. El contexto mundial ya había dado señales alarmantes, en primer lugar desde la profunda crisis económica de 2007-2008, iniciada en los centros del poder planetario: Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa. Hasta hoy no hubo recuperación y, como lo describió en 2020 –doce años después– Martin Wolf en el Financial Times , “los ingresos crecen muy lentamente y nos parecemos a América Latina después del 30”. A partir de 2019 el impacto súbito y generalizado de la pandemia del coronavirus y las medidas de suspensión de las actividades laborales, comerciales, sociales adoptadas para contenerla, ocasionaron una drástica contracción de la economía mundial, y todavía bajo esos efectos de esta emergencia mundial estalló esta guerra en el centro de Europa.

   La conmoción por los inesperados peligros que encierra este nuevo conflicto militar, que tiene a Rusia –con un poderoso arsenal nuclear– como protagonista, eclipsaron a la pandemia y a la crisis económica mundial del foco de las incertidumbres. Pero la cuestión económica sigue estando allí, como señaló el FMI el 5 de marzo: “La actual guerra y las sanciones asociadas a ella tendrán un impacto severo en la economía global”, y nuevamente, en abril, la titular del organismo reforzó sus advertencias al mundo al plantear que la pandemia, la guerra y la inflación constituyen un grave problema para la economía mundial. Las consecuencias de todas las crisis de la economía capitalista siempre recayeron sobre los trabajadores, el pueblo pobre y los países atrasados, dominados y saqueados por las potencias imperialistas. Ahora, al sumarse el desastre de la guerra, está y seguirá ocurriendo lo mismo: sus costos recaerán con todo su peso en la vida y el futuro de millones de trabajadores ucranianos, y sumarán nuevas penurias al pueblo ruso, a la clase trabajadora mundial y a los países víctimas del imperialismo.

   El método de la guerra, utilizado y reiteradamente avalado por las potencias llamadas “democráticas y civilizadas”, no nos puede sorprender. El conflicto militar en Ucrania se suma a la crisis humanitaria sin final próximo con 16 millones de hambrientos a causa de los combates que devastaron ó a Yemen en Medio Oriente; a las atrocidades que continua cometiendo Estados Unidos en Afganistán, que le ha retenido sus fondos en la bancos de Nueva York mientras millones de afganos sufren hambre; a los enfrentamientos militares constantes en otros países y regiones de África, así como a los permanentes ataques israelíes contra la población palestina, que trata de resistir a que los sionistas la sigan expulsando de sus tierras. Mientras una Europa racista recibe con los brazos abiertos a los hasta ahora 5 millones de refugiados ucranianos, “gente europea, blanca y civilizada como nosotros”, pone una barrera tras otra al aluvión de migrantes negros y árabes que tratan de escapar del hambre y de sus países destruidos por guerras, cuyo número aumenta cada año, como también el de los que mueren en el intento de llegar a la frontera Sur de Europa –casi 2.000 en 2021–. Y lo mismo hace Estados Unidos con los latinoamericanos y caribeños de su “patio trasero”.

   Bajo el capitalismo las tragedias humanas se convierten en norma, si también incluimos las provocadas por las condiciones ambientales y climáticas. Únicamente el “periodismo” pasquinero de los monopolios mediáticos simula sorpresa por las consecuencias generadas por la intensificación de la violencia para adueñarse de las riquezas naturales –mineras, energéticas, hídricas, territoriales– por la oligarquía financiera internacional y sus monopolios. En definitiva, se pone de manifiesto la tendencia acelerada en esta etapa imperialista del fenómeno de concentración económica y opresión nacional –sea, que un puñado de magnates del capital dominen los países y las relaciones políticas mundiales para su beneficio–, ya descripta por Lenin a principios del siglo XX.

   Es más fácil mostrar adhesión al mundo de “paz y democracia” que vende el imperialismo si uno es ciudadano o reside en las viejas potencias europeas, en los Estados Unidos o en Japón, donde todavía existe una importante masa de trabajadores y de la clase media que mantiene derechos y privilegios perdidos o nunca conquistados en nuestros países atrasados. Pero bajo las sombras de las palabras y de las redes informáticas se produce el reparto territorial y de riquezas, se intensifica la opresión nacional y se convierte a los países atrasados en miserables colonias financieras de las potencias.

   Por esa razón, es muy distinta la vida de los trabajadores en países semicoloniales, endeudados de forma permanente como vía de sometimiento económico y político, en los que se aceleran la salida de divisas y el saqueo de recursos hacia las metrópolis, como ocurría cuando esos países eran colonias gobernadas por virreyes. Las dificultades para acceder a condiciones laborales mínimamente dignas no pesan únicamente sobre los obreros y asalariados –explotados por los capitalistas–; las dificultades crecientes para no caer en la miseria o salir de ella que pesan sobre las masas obreras, se agudizan también para capas enteras de los sectores medios, mientras la masa de marginados se agiganta.

   En el robo de recursos en la región latinoamericana, liderado por los Estados Unidos, también participan los países de la Unión Europea con un importante protagonismo de España –agazapada desde nuestra Independencia y añorando su pasado colonial–, y el imperialismo inglés, que no solo se apropió de las islas Malvinas y pisoteó la integridad territorial argentina sino que también las convirtió en una importante base militar. Pero esta es solo una porción de nuestro planeta; al servicio de estos intereses están los 180.000 soldados y las 254 bases e instalaciones militares norteamericanas y de la OTAN diseminadas por el mundo, para preparar o realizar intervenciones armadas como la de Afganistán, país sometido por los Estados Unidos, quien lideró las fuerzas de ocupación durante veinte años para saquearlo y destruirlo, hasta su retirada obligada tras sufrir una humillante derrota en manos de la organización militar, política y religiosa talibán. Las tropas de los miembros plenos de la OTAN suman más de 6 millones de efectivos, entre activos (3,3 millones), reservistas (2,1 millones) y paramilitares (750.000).

   El cuento reaccionario para consuelo de las masas de un mundo de “libre”, “democrático” y “civilizado”, ajeno a las armas, donde reina la conciliación de intereses entre las clases y países, y donde todo se resuelve en la mesa de negociaciones, con buenos modales… desde ese mundo más ilusorio que real alcanzado en el siglo XXI, Rusia dijo ¡Basta!

   Ucrania es un país pobre –medido en relación a su PBI y también al nivel de vida de la mayoría trabajadora–, y ha venido recibiendo ayuda financiera de los organismos internacionales al servicio de los monopolios y los usureros del capital financiero: el FMI, el Banco Mundial y de la banca europea. Por supuesto, fueron fondos destinados al fortalecimiento de los negocios de las potencias y de las oligarquías locales, no para aliviar la vida de los trabajadores ucranianos. Fundamentalmente fueron préstamos dirigidos al equipamiento armamentístico con tecnología de última generación, y para el reclutamiento y adiestramiento de los más de 2 millones de soldados con que hoy cuenta, entre activos y reservistas. Solo el año pasado sus gastos militares sumaron 5.900 millones de dólares. Tarea que estaba en manos de la OTAN. Como también señaló Noam Chomsky, en una reciente entrevista para la revista New Statesman, sobre la preparación militar de las fuerzas armadas ucranianas:


En septiembre de 2021 Estados Unidos lanzó una fuerte declaración política, llamando a un incremento de cooperación militar con Ucrania, aumentando su suministro de armas militares avanzadas, todo como parte del programa para acercar a Ucrania a la OTAN.

 

CONSIDERACIONES RESPECTO AL SISTEMA MUNDIAL IMPERIALISTA


2. A partir de los años 90, después de la caída del muro de Berlín, se intensificó el saqueo imperialista


   El capital es internacional, necesita libertad para moverse por el mundo, pasar por encima de las fronteras para entrar y salir de los países según sus necesidades y utilidades, y así reproducirse. En esta etapa imperialista la concentración del capital se aceleró, los monopolios imperialistas dominan el mercado mundial y se apoderan de los Estados, porque necesitan hacer sus negocios y enriquecerse a costa de la obra pública, de la apropiación del suelo urbano, de los negocios inmobiliarios, culturales, de los recursos mineros, petroleros, acuíferos, forestales y marítimos, etcétera.

   Los grandes pulpos del capital concentrado se diversifican en todas las ramas imaginables donde puedan lucrar y parasitar: desde las necesidades primarias –alimentos, agua, vivienda, energía, salud y educación–, hasta la comunicación y la información.

   Son gigantescos parásitos que chupan la sangre, los músculos y los nervios a la sociedad y la van descomponiendo más y más. Unos parásitos que han logrado adherirse al cuerpo humano; los llevamos por voluntad propia en el bolsillo, penetran en cada hogar y por esa razón en las cuarentenas y encierros que sufrimos durante la pandemia, mientras la mayoría de los trabajadores nos empobrecimos y muchos perdieron sus medios de vida, los dueños de Facebook, Google, Apple, Amazon, etcétera se llenaron de dólares. Porque el gran casino financiero mundial nunca se detuvo.

   El capital financiero se alimenta también del endeudamiento, es su mayor captador de divisas, y por esa vía ya existen países quebrados como Grecia, Ecuador o la Argentina, destrozados por los saqueadores y sus cómplices nacionales. El capital monopólico soborna gobiernos, funcionarios, jueces, parlamentarios, dirigentes sociales, sindicales y políticos. También sobornan para legislar a favor de sus intereses, y para que la diplomacia les facilite establecer sus empresas en países donde puedan explotar mano de obra con salarios bajos y sin convenios laborales que respetar.

   En nuestra región, lo que que ocurrió con la iniciativa de reforma de la energía eléctrica de López Obrador, el presidente de México, que quería que el Estado retomase el control del negocio de la energía apropiado por las empresas privadas extranjeras, permite entender sus declaraciones previas a la votación en el Congreso: “Ahí es muy claro que hay intereses de las empresas y que están metidos haciendo, ¿cómo le llaman?, lobbying en la Cámara de Diputados, de Senadores y en el Poder Judicial, las empresas extranjeras y gobiernos extranjeros”. Triunfaron los lobbystas y el Congreso votó en contra de la reforma.

   Estas intervenciones políticas, judiciales, institucionales –y también militares– en los países de la región nunca dejaron de existir y se han convertido cada vez más en moneda corriente.

   El sistema capitalista-imperialista otorga plena libertad al capital concentrado –aunque sea industrial y comercial–, que son propiedad de las oligarquías financieras internacionales y de sus socios menores las oligarquías nacionales de los países atrasados. Pero la libertad es efímera para la inmensa mayoría de trabajadores sometidos a las leyes de la explotación laboral. Es un sistema económico-político mundial al servicio de las potencias que oprimen al resto de los países, incluidos aquellos cuyos gobiernos intentan o intentaron mantener cierta independencia. Un sistema que se apoya en los poderíos militares de las potencias porque bajo el capitalismo no se concibe otro fundamento para el reparto de influencias, de intereses, de colonias financieras, que el nivel de fuerza de esos participantes, sea fuerza financiera, económica o militar.

   El reformismo de todo pelaje, ha difundido durante décadas la prédica “liberal” de la “libre competencia”, el “estado mínimo” sin emisión monetaria para tener “equilibrio fiscal”, que pone como ejemplos para los países atrasados a aquellos que “hacen las cosas bien”. Pero ese mundo dejó de existir más de un siglo atrás. La libre competencia se acabó con los monopolios y también la mentira del equilibrio fiscal. ¿O acaso Estados Unidos no puso a funcionar a todo vapor la máquina de imprimir dólares para salvar a los bancos y a las grandes empresas durante la crisis económica mundial de 2008 y tiene un déficit fiscal monumental?

   Las gigantescas proporciones de capital financiero, concentrado en pocas manos, necesita de una red cada vez más amplia de relaciones y conexiones para someter al resto de los capitalistas, hasta los más chicos, y así fortalecerse en la pelea cada vez más violenta –generadora de mayor represión, marginación social, xenofobia y racismo– por el reparto de mercados nacionales y los negocios en el mundo. El mundo está repartido entre estas pocas potencias que parasitan del gran saqueo y opresión de otras naciones.


EL SISTEMA CAPITALISTA-IMPERIALISTA SE FORTALECIÓ A PARTIR DE 1990


   Desde la década de los 90 los países de Europa del Este, las repúblicas de la ex URSS y China restauraron las leyes capitalistas en sus países y se incorporaron al mercado mundial imperialista. Los exburócratas soviéticos fueron quienes lideraron la sumisión al capital internacional, y a la vez, se beneficiaron de ese proceso, aportaron mano de obra (centenares de millones de nuevos obreros), producción y recursos al pillaje imperialista. La tercera parte de la humanidad –donde anteriormente no existía la clase capitalista y la economía se planificaba desde el estado–, se incorporó de lleno a las leyes brutales de este sistema de explotación mundial.

   A la vez nació una nueva ilusión: una Unión Europea “libre y democrática”, con moneda única, libre circulación de personas y capital. La Alemania imperialista se tragó a la República Democrática Alemana, y se incorporaron Polonia, Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania. También se fueron sumando algunas de las repúblicas que se independizaron de la ex URSS. Como ya explicó Lenin hace más de cien años, en su trabajo El imperialismo, fase superior del capitalismo:


las alianzas interimperialistas… en la realidad capitalista… –sea cual fuera su forma: una coalición imperialista contra otra, o una alianza general de todas las potencias imperialistas– no pueden constituir, inevitablemente, más que treguas entre las guerras"

   En síntesis, nuevas fronteras y constitución de nuevos países independientes que dejaron atrás la división en dos bloques de Europa y del mundo, que dejaron atrás la división de Alemania y la llamada Guerra Fría, abrieron esa “tregua”. Bajo ese nuevo escenario se escondieron las razones profundas del acuerdo: un nuevo reparto colonial. Ese nuevo territorio “unificado” que alcanzaba parte de Asia, proclamado por Gorbachov y por el cinismo manifiesto de los líderes mundiales de la época, encubrió desde su nacimiento la violenta pelea por la dominación y por el poder.

   Esos años fueron proclamados como el advenimiento de la paz mundial, el triunfo de la democracia; mientras se largaba la carrera política, económica y militar por la dominación, Estados Unidos la lideró. Gracias a la “locomotora” china –y en menor medida la de la India–, cuyo combustible era la explotación salvaje de miles de millones de nuevos trabajadores, se logró un corto período de estabilidad económica, pero hacia fines de los 90 ya estallaron crisis financieras, aunque nada de la magnitud de la crisis de 2008 con epicentro en las grandes potencias mundiales.

   Hasta ese año, cuando se iniciaron cambios en varios sentidos, el reparto del mundo con la incorporación de las repúblicas de la exURSS, de Europa del Este y de China contempló la relación de fuerzas existentes (económico-financieras, militares y políticas), que claramente estaba a favor de las viejas potencias europeas, comandadas por Estados Unidos.



3. La revolución rusa de 1917, primera revolución obrera triunfante, integró bajo un nuevo Estado a Rusia y Ucrania, nació la URSS y sobrevivió hasta 1991


   Hasta 1991, la actual Federación Rusa y Ucrania integraron la URSS –Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas–. La URSS surgió con el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917, que implantó un nuevo sistema económico basado en la expropiación de la burguesía, la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, la instauración de una economía planificada desde el estado, y bajo este sistema se conquistaron –entre otros, por ejemplo, el aborto– los derechos al trabajo, a la vivienda, a la atención de la salud y a la educación, etcétera.

   Ese nuevo Estado, nacido de una revolución obrera, existió durante más de setenta años. Sus fronteras cambiaron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el régimen nazi invasor fue derrotado por el Ejército Rojo y la resistencia del pueblo. La URSS llegó a medir unos 10.000 kilómetros desde Kaliningrado, en la bahía de Gdansk, hasta Vladivostok; limitaba con doce países entre europeos y asiáticos, incluía distintas nacionalidades y se hablaban distintos idiomas. El triunfo militar de la URSS se extendió a la ocupación militar por el Ejército Rojo de Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rumania; Alemania quedó dividida, y en su parte oriental se formó la República Democrática Alemana. Stalin había pactado con el imperialismo que esos países seguirían siendo capitalistas, pero en todos ellos se terminó expropiando a las clases capitalistas e instaurando economías planificadas desde el estado, lo que abrió la llamada Guerra Fría. Cada bando tenía su propio brazo armado: los imperialistas la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), firmado entre los imperialismos europeos y Estados Unidos –comandado por los yanquis– y aquellas repúblicas integraron el Pacto de Varsovia, comandado por la URSS.

   La guerra era “fría” porque no había enfrentamientos militares directos entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, pero fue caliente en el resto del mundo. Para mencionar solo unos pocos casos que tuvieron implicaciones estratégicas: en Corea, fue entre la OTAN y los ejércitos de Corea del Norte y de China; en Vietnam entre Estados Unidos y el ejército de Vietnam del Norte y la guerrilla de Vietnam del Sur; en Irán la revolución islámica acabó con la dictadura del Sha y su ejército respaldado por Estados Unidos; la revolución en Filipinas derrocó a la dictadura proyanqui de Marcos, también apoyada en su ejército al servicio de Estados Unidos.

   En el patio trasero de la URSS, la monstruosa dictadura burocrática de Stalin y sus sucesores aplastó con sus tanques las insurrecciones revolucionarias contra los regímenes burocráticos en Berlín (1953), Hungría (1956) y Checolovaquia (1968).

   La situación tuvo un punto de inflexión cuando Rusia invadió Afganistán en 1978, desatando una guerra contra los muyahidines islámicos, que recibieron dinero, entrenamiento y armas de varias potencias occidentales lideradas por los Estados Unidos, y acabó con el triunfo de estos y la retirada de los rusos en 1989.

   En los países capitalistas el poder es de la burguesía, es decir, de la propietaria de los bienes de producción y de cambio; en los países que luego se llamaron del “socialismo real”, el poder y los privilegios estaban en manos de las burocracias gobernantes, pero la propiedad era social. La derrota en Afganistán (a fines de la década del 80) golpeó el corazón del aparato burocrático del Kremlin porque hizo entrar en crisis a las columnas vertebrales de ese poder: el Ejército Rojo y la agencia de espionaje militarizada, la KGB.

   La crisis de la burocracia del Kremlin se agudizaba por una oposición creciente en su patio trasero, por las consecuencias de la guerra contra los afganos (los soldados rusos y de distintas nacionalidades de la URSS muertos en el campo de batalla), por el deterioro de su economía y las transformaciones de Gorbachov. Una crisis que se manifestaba cada vez más en los movimientos huelguísticos en varias regiones de la URSS y en especial por el surgimiento en Polonia del sindicato de masas independiente Solidaridad, que puso en jaque a la burocracia del país y de los demás países de la órbita soviética. El primer movimiento antiburocrático que no fue aplastado por los tanques del Kremlin como había ocurrido desde 1953. Ese cambio demostró la debilidad creciente del poder soviético, y fue el antecedente directo del estallido de una ola de movimientos revolucionarios en el conjunto de Europa del Este, que establecieron la fecha límite a la sobrevivencia de los regímenes burocráticos.

   En síntesis, la combinación de factores –entre los fundamentales, el ascenso de luchas obreras dentro de sus fronteras, luchas revolucionarias de masas en varias regiones del planeta y la derrota militar sufrida en Afganistán– obligó a la histórica retirada militar y política, decidida de forma unilateral por el Kremlin, de los países de Europa bajo la órbita soviética. Las potencias imperialistas celebraron esto como una rendición, y Gorbachov recibió el premio Nobel de la Paz por el nuevo orden mundial nacido en 1991.

   Terminaba así la “guerra fría”, el enfrentamiento entre dos sistemas económicos, políticos y sociales, entre la URSS que había degenerado a un “socialismo en un solo país” bajo el dominio de un régimen burocrático, o sea, de una casta privilegiada de la sociedad –aislada y dividida del proyecto de la burocracia china, que había pactado con Estados Unidos–, y el capitalismo-imperialista, que dominaba el mercado mundial.


4. El Pacto de Varsovia dejó de existir, pero la OTAN sobrevivió y se extendió a todo el planeta porque recrudeció la guerra por el dominio de países y de recursos


   En los años 90 Gorbachov firmó los documentos que debilitaron la seguridad rusa. En Moscú junto a los Estados Unidos, Alemania occidental y Francia declararon la plena soberanía y la pertenencia de la Alemania unida a la OTAN con un ejército inferior a los 370.000 hombres que no podían disponer de armas nucleares, químicas o biológicas.

   Se firmó también la “Carta de París para la nueva Europa”, donde los líderes mundiales declaraban el fin de la guerra fría, de la división de Europa y del mundo en dos bloques; se firmaron acuerdos para el desarme y la acción común de los estados europeos para la seguridad militar, y la URSS dio por terminado el Pacto de Varsovia.

   Siete años después, las fronteras de la OTAN se encontraban solo a 400 kilómetros de Smolensk como efecto de la ampliación de la alianza hacia el Este y con la realización de proyectos como la creación de sistemas de intercepción de misiles y el desarrollo cada vez más sofisticado del armamento nuclear norteamericano.

   Las declaraciones de convivencia se convirtieron de forma inmediata en papel mojado. Un año después, los Estados Unidos no solo daba prioridad a la existencia de la OTAN y posibilitaba la incorporación de nuevos países sino que en 1991 intervino por primera vez de forma conjunta (incluida Alemania) en una guerra en Yugoslavia, que terminó dividida, semicolonizada y hasta con un protectorado yanqui en Kosovo, con una base militar enorme que más tarde fue fundamental para la invasión de Irak por Estados Unidos.

   En la URSS, las nacionalidades constituyeron su detonante y apresuraron su desintegración en 1991 cuando las repúblicas de Rusia, Ucrania, Bielorrusia declararon su independencia. Se reconstruyeron sobre base capitalista, y se liquidó la economía planificada bajo la intervención directa de las potencias imperialistas. No fue una disolución totalmente pacífica: conflictos militares en diferentes puntos del territorio de la ex URSS, en Abjasia, Osetia del Sur, Nagorno Karabaj, Transnistria, Chechenia y Crimea, marcarán el camino de independencia de las ex repúblicas soviéticas y de semicolonización imperialista. Mientras, estallaba en el patio trasero la guerra en el territorio de la exYugoslavia dos guerras sucesivas desde 1991 hasta 2001.

   Rusia, o sea la Federación Rusa, ocupó un territorio con fronteras con la Unión Europea, con el Oriente próximo y con China, y por el Norte estaba muy próxima a los Estados Unidos a través del estrecho de Bering. Concentró el arsenal nuclear de la ex URSS y fortaleció la producción de hidrocarburos.

   Ucrania y Bielorrusa, que limitan con la Federación Rusa, heredaron una parte significativa del viejo complejo industrial y militar de la URSS; en Ucrania se localizaba el 15% de la producción de material bélico en la época soviética.

   En la transición de la URSS hacia la Federación Rusa y las repúblicas independientes, el primer retroceso desde el punto de vista de la seguridad y de la geopolítica se produjo en la era Gorbachov con la llamada independencia de los países de Europa del Este. El segundo, en la época de Yeltsin con la independencia de los países del Báltico y mayor expansión de la OTAN hacia el Este. El tercero durante los primeros años de mandato de Putin, con la presencia militar norteamericana en el Asia Central y Georgia. Se pretendió continuar en esa escalada en Abjasia, Azerbaidján, Armenia, Bielorrusia y Ucrania.

   El resultado militar de estos procesos fue que el Pacto de Varsovia desapareció, pero la OTAN, que antes incluía y limitaba su radio de acción solo a Estados Unidos y la Europa imperialista, no solo sobrevivió sino que se extendió a todo el planeta. Del viejo patrio trasero de la URSS, entre 1999 y 2017 ingresaron a la OTAN Albania; Bulgaria; Polonia; Rumania; Hungría; Estonia, Letonia y Lituania (que habían sido parte de la URSS); República Checa y Eslovaquia (que antes eran parte de Checoslovaquia); Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte y Eslovenia (que se independizaron de la ex Yugoslavia gracias a la intervención de los imperialismos europeos y a los bombardeos de la OTAN contra Serbia, efectuados sin autorización de las Naciones Unidas). Todo esto sin contar con los numerosos aliados a los yanquis “extra OTAN”, entre los que se cuentan tres de los cuatro países más importantes de nuestra región: Colombia, Brasil y Argentina (1). En la Unión Europea, sólo Suecia, Suiza, Finlandia y Serbia no están en la OTAN (2), pero Suecia y Finlandia están avanzando hacia romper con su histórica neutralidad e ingresar a ella.


5. Ucrania y las llamadas “revoluciones de colores”


   La desaparición de la URSS allanó el camino de dominación imperialista de las repúblicas que la habían constituido, pero el desarrollo capitalista no despierta necesariamente a todas las naciones a una vida independiente, sino todo lo contrario: se agudiza la dominación monopólica, se agudiza el sometimiento a las reglas del mercado mundial y fundamentalmente su sometimiento al yugo financiero, político y militar.

   Cuando por primera vez en un referéndum en Ucrania se votó mayoritariamente el apoyo a la independencia, el país suponía el 18% de la población de la URSS, el 22% de su producción agrícola y el 18% de sus artículos de consumo, pero todavía esa independencia no suponía la inexistencia de la URSS. La desintegración de la URSS y la creación de Ucrania como estado unido e independiente fue una decisión posterior de las cúpulas dirigentes.

   La nueva Rusia no reemplazó a la exURSS. Con la independencia de las repúblicas que la integraban, la Federación Rusa perdió el 40% del PBI, la cuarta parte del territorio, las principales salidas al mar, en el Báltico y en el Mar Negro y la mitad de la población de matriz rusa. Y sufrió una tragedia económica y social provocada por el plan neoliberal, dirigido por el FMI, la Fundación Ford, consultoras de la banca y las finanzas mundiales, asesorados por un comité de expertos entre los que se destacaron Jeffrey Sachs o David Lipton. A ellos se sumaron Gaidar y los ex burócratas de la URSS que dejaron las tareas administrativas para dedicarse a los negocios, en el período de liderazgo de Boris Yeltsin, en los primeros años de la década del 90. Las casi totalidad de las “joyas de la abuela” –sobre todo las industrias– del sistema fueron de propiedad colectiva– fueron rapiñadas por burócratas y tecnócratas que se convirtieron en propietarios y nuevos oligarcas. En la Federación Rusa y en Ucrania las catástrofes macroeconómicas y las crisis políticas convivieron desde los primeros años de la década del 90, que los “expertos” llamaron años de “acumulación de capital”, y nosotros denominamos de acumulación de riqueza en los bolsillos de una minoría a costa de la expropiación a los trabajadores. Lo que ocurrió en realidad fue que se robó a manos llenas, incluidos, como en la Argentina del último gobierno neoliberal de Macri, los créditos del FMI y de la banca europea.


6. Ucrania y el FMI


   ¿Cual fue la primera institución imperialista en ingresar en estas nuevas repúblicas independientes de la ex URSS?

   El FMI, el organismo cuya principal arma de sometimiento es el endeudamiento, que en nuestra región se hizo famoso por el estallido de economías como la venezolana y la ecuatoriana, y que actualmente empuja a una nueva crisis a la economía argentina.

   Sin embargo, Volodímir Zelensky, el actual jefe de Estado en Ucrania y lacayo imperialista, a pocos meses de asumir en 2020, señaló la importancia del FMI ante el Parlamento ucraniano:


“Es muy difícil para Ucrania, y hoy es muy importante para nosotros apoyar la economía ucraniana, las personas que trabajan en empresas. Es muy importante para nosotros que realmente firmemos el memorándum con el Fondo Monetario Internacional, y ustedes saben muy bien que las dos condiciones principales son la ley de tierras y la ley bancaria”.

   No nos debe extrañar la llamada “ley de tierras” en un territorio que contiene una de las tres llanuras más fértiles del planeta, similar a la pampa húmeda argentina, y que bajo esta ley seguramente posibilitará su apropiación por algún pulpo del capital financiero norteamericano o europeo.

   Pero el FMI no es un recién llegado a Ucrania, sino que acompañó la desindustrialización y el saqueo del país durante las tres últimas décadas.

   La liquidación de su economía fue parte integrante del plan restaurador capitalista por el cual se apropiaron las riquezas del país un grupo de oligarcas nativos y una red de sirvientes del capital financiero imperialista. En esos años no faltaron huelgas y acciones independientes de masas contra la apropiación privada y expropiación de las riquezas y recursos de propiedad colectiva vigente durante el período soviético, de aquellos a quienes los nuevos dirigentes del período “democrático” los dejaban sin trabajo y en condiciones de vida miserables, bajo el discurso de la libertad y de la lucha contra el régimen burocrático de partido único del período soviético.

   En Ucrania, en 1991, en 2004 (“revolución naranja”) y en 2014 (“Euromaidan”), se produjeron movilizaciones masivas de trabajadores que marcaron también el destino de los ucranianos en su lucha por una república que les garantizara condiciones de vida dignas.


7. Rusia, las consecuencias del llamado “Euromaidan” y la actual guerra


   En un contexto mundial definido por la crisis financiera y económica imperialista de 2008, con epicentro en los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea, se produjeron acciones, movilizaciones de masas en todo el continente europeo. En Ucrania, en 2014, estalló también un nuevo proceso de movilizaciones que duró varios meses, donde se combinaron huelgas obreras, toma y ocupación de edificios gubernamentales, concentraciones, que obligaron a la renuncia del gobierno ucraniano prorruso de Yanukovich.

   La injerencia descarada de la OTAN y del imperialismo hizo que el Euromaidan –llamado así porque el movimiento surgido en la capital Kiev asumió el reclamo de entrar a la Unión Europea– terminara secuestrado por una coalición neoliberal-fascista. El nuevo gobierno salido de Maidan –nombre de la plaza de Kiev foco principal de las movilizaciones– aplica medidas de mayor ajuste para los trabajadores, como la reducción de subsidios en general y en particular a la industria, con la consecuente pérdida de empleos y aumentos del gas. También se impuso el idioma ucraniano para su uso en el aparato estatal, la intelectualidad y el occidente del país. Pero la mitad de la población hablaba ruso, un 20% hablaba los dos idiomas, y solo un 30% ucraniano.

   La movilización en el sur oriente (lo que hoy son las “repúblicas separatistas” de Donetsk y Lugansk) ganó un carácter masivo y se radicalizó. Boris Kagarlitsky, un conocido sociólogo ruso lo describió así:


“Cuando empezaron a salir los trabajadores, y a organizarse las autodefensas, en Slaviansk fueron al mercado y dijeron que lo nacionalizaban y bajaban los arriendos. En Kramatorsk los trabajadores llegaron a una fábrica armados e impusieron el control obrero. No había izquierda, ni sindicatos, pero cuando salieron a la calle y les dieron armas, empezaron a actuar así de forma espontánea”.

   La declaración de la República Popular de Donetsk también habla de propiedad social. Estas repúblicas no lograron autonomía dentro de una Ucrania más federal; al contrario, en la guerra declarada en su contra por el gobierno ucraniano murieron aproximadamente 14.000, la gran mayoría civiles, conflicto que persistió hasta el reconocimiento de su independencia e inmediata invasión y operación militar rusa. El caso de Crimea fue diferente, y terminó unida a Rusia.
   Pero con una Ucrania dividida y bajo un gobierno sometido a los dictados de Estados Unidos y Gran Bretaña, tanto las repúblicas del Donetsk como Crimea estaban en peligro ante la preparación, formación y armamento de las nuevas fuerzas armadas ucranianas entrenadas por la OTAN y el imperialismo. Y ese peligro se extendía a la seguridad rusa.
   La división de la sociedad ucraniana, fomentada por el imperialismo y el gobierno ucraniano, el fortalecimiento de las bandas fascistas y de un sector del Ejército bajo los símbolos nazis, el financiamiento de la banca europea para la compras de armas y para entrenamiento militar, más las reformas dictadas por el FMI, constituían el caldo de cultivo para la nueva guerra en las puertas de Rusia, con el respectivo avance de la OTAN hasta los pasillos del Kremlin.

8. El carácter internacional de la guerra deviene de la lucha por el reparto


   El escenario de la guerra es el territorio de Ucrania. Teóricamente un país soberano. Pero la realidad muchas veces contradice las definiciones institucionales y jurídicas: Ucrania es todavía una economía capitalista débilmente desarrollada, con un poder político dominado por las oligarquías locales lacayas del capital financiero internacional. Desde la declaración de independencia en los 90, el reparto del país y la lucha por el país entre los imperialismos europeo y norteamericano, y su vecina Federación Rusa determinó su existencia.

   Ucrania también dependía de la provisión del gas ruso y lo pagaba subsidiado. Si una potencia como Alemania, que lidera la economía de la Unión Europea, está presionada para renunciar al suministro del recientemente construido gasoducto Nord Stream2, para no financiar por esa vía al gobierno ruso y sí comprarlo a los Estados Unidos, una política que en forma clara perjudica a Europa y puede destrozar a su principal economía y eje de la Unión Europea, la economía alemana (3), ¿cuál podría ser la capacidad de negociación del reciente país nacido de la desintegración de la URSS, y endeudado por todos los lados?

   Volvemos sobre el mismo concepto: el reparto en el mundo no se resuelve con la diplomacia y el derecho internacional, se resuelve sobre la base de las relaciones de fuerza. La concentración monopólica y el capital financiero aceleran y acentúan la diferencia entre el ritmo de crecimiento de las distintas partes de la economía mundial, y además, surgen nuevas potencias, como China; por lo tanto, esa lucha se agudiza, no se frena.

   Por eso solo la guerra es el medio para suprimir la desproporción existente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación del capital, por una parte, y el reparto de los países pobres-colonias financieras, por otra.

   En la guerra en Ucrania intervienen desde el inicio las condiciones impuestas por la fuerza política norteamericana, inglesa y europea y su títere el gobierno ucraniano, contra Rusia.

   No podemos detenernos en las particularidades y en los aspectos secundarios para definir una posición frente a esta guerra. Debemos partir de no perder de vista al enemigo principal, el imperialismo norteamericano: la fuerza del capital financiero concentrado en pocas manos, en la extensa red de dependencia creada por esa fuerza y de la lucha abierta con otros grupos financieros nacionales por el dominio sobre otros países y, desde ya, la OTAN, que es el brazo armado de los monopolios dominantes, o sea, el brazo armado de los Estados Unidos para defensa de sus corporaciones y su capital financiero.

   El desarrollo económico chino y su independencia política y militar con respecto a Estados Unidos es el desafío más importante al poder imperialista norteamericano; por eso hace años, desde Bush hasta Obama, Trump y Biden, el Departamento de Estado definió a China como “enemigo estratégico” y una “amenaza a su seguridad nacional”. Los intereses comunes entre China y Rusia –que también es independiente política y militarmente de los yanquis– explican el estallido de la guerra en Ucrania, que no es una guerra entre Rusia y Ucrania sino una guerra entre Rusia y Estados Unidos, cuyo brazo armado es la OTAN.


Florencia Sánchez


(1) El cuarto es México.

(2) No contamos a países que geográficamente están en Asia, como Georgia.

(3) En Alemania no hay acuerdo con la bajada de línea de los norteamericanos. Hay distintas opiniones al respecto, por ejemplo, la de la BASF SE, la mayor corporación mundial de productos químicos, con su fábrica principal ubicada en la ciudad de origen de la compañía (Ludwigshafen), que se ha convertido en la planta química integrada más grande del mundo, con una superficie de 10 kilómetros cuadrados y donde trabajan más de 39.000 empleados, cuyo titular señaló que la suspensión de las importaciones rusas: “causarán la catástrofe inmediata de la economía y de la industria alemana”.