22/7/17

Declaración en Defensa de Venezuela



EN DEFENSA DE VENEZUELA 

Contra la ofensiva oligárquico-imperialista:

¡Unidad antiimperialista de los pueblos latinoamericanos!



El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países «avanzados». Este «botín» se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón) que, por el reparto de su botín, arrastran a su guerra a todo el mundo.

(Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo,
Prólogo a las ediciones francesa y alemana de julio de 1920)


Los gobiernos de los países imperialistas y los grandes capitalistas del mundo entero han desatado una feroz campaña contra el gobierno de Maduro, que los medios masivos se encargan de difundir y amplificar hasta el hartazgo. En las recientes elecciones en Francia, la situación venezolana fue motivo de campaña: Jean-Luc Mélenchon, el candidato de «Francia Insumisa», recibió el apodo de «Chávez francés». Con ese fuego de artillería, las personalidades del establishment político y mediático francés intentaron desacreditar a un candidato que sorprendió con un ascenso vertiginoso en las encuestas.

La escalada contra el régimen chavista de Venezuela, con el apoyo de los gobiernos lacayos latinoamericanos, es promovida y financiada por el imperialismo norteamericano. El «democrático» presidente Barack Obama fue promotor de esta embestida e injerencia que viola la soberanía de un país latinoamericano: en marzo de 2015, mediante una «Orden Ejecutiva», declaró que Venezuela era «una amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y política exterior estadounidenses»1, orden que prorrogó un año más antes de dejar el poder. En esa orden incluyó la suspensión de visas y el congelamiento de activos en territorio estadounidense de siete funcionarios militares y policiales venezolanos. La lista incluyó al exdirector de operaciones de la Guardia Nacional Bolivariana, Antonio Benavides; al director del servicio de inteligencia (SEBIN), Gustavo González; a la fiscal Katherine Haringhton, y al director de la Policía Nacional, Manuel Pérez, entre otros.

La campaña imperialista siguió adelante bajo el gobierno de Trump. A comienzos de 2017, Kurt W. Tidd, el almirante a cargo del Comando Sur de los Estados Unidos, declaró ante el Congreso norteamericano: «La enorme inestabilidad económica que ocurre en Venezuela afecta toda la región»; alertó que China y Rusia «tienen una participación económica significativa» en Venezuela y, por lo tanto, «sería difícil imaginar que no tratarían de aprovecharse de un aumento de la inestabilidad en ese país», y amenazó: «Venezuela enfrenta una inestabilidad significativa en el año entrante debido a una escasez generalizada de alimentos y medicinas, una persistente incertidumbre política y una situación económica que va de mal en peor. La creciente crisis humanitaria en Venezuela podría acabar exigiendo una respuesta a nivel regional».

Una vez más, los yanquis preparan el terreno para una intervención directa, vía golpe de estado o «tropas de paz» de países latinoamericanos con «asesores» del imperio, si fuera posible bajo la bandera de su «Ministerio de Colonias», la OEA. Así lo hicieron en Irak, Siria y tantas otras naciones, y con las mismas excusas: echar al «dictador» para restablecer la «democracia» y hacer llegar «ayuda humanitaria». Si lo lograran, el resultado sería el mismo: la destrucción del país.

Detrás de la campaña yanqui contra el régimen venezolano hay razones geoestratégicas, tanto políticas como económicas.

En el terreno económico, Estados Unidos pretende recuperar el control del petróleo venezolano, que fue estatizado por Chávez, que usó gran parte de esos recursos para armar un entramado de bienestar social, brindando vivienda, salud y educación a los sectores más necesitados de su población. Pero los yanquis van más allá: quieren disputar todo su «patio trasero», las semicolonias latinoamericanas, a un gran competidor, China, para recuperar su puesto de privilegio en la rapiña imperialista por los recursos naturales y energéticos de la región.

China ha fortalecido financiera y políticamente la integración de un bloque de naciones que venía presentado resistencia desde hacía más de una década a los dictados del imperio. En 2005, en la IV Cumbre de las Américas, ese bloque derrotó el intento estadounidense de imponer el ALCA, un tratado de libre comercio casi colonial similar al NAFTA.

El amo del norte jamás perdonó ni perdonará a los gobiernos responsables del fracaso del ALCA no sólo por razones económicas, también políticas. En la V Cumbre de las Américas, George W. Bush, fue denostado y humillado como nunca antes lo había sido un presidente de Estados Unidos. Y el bloque que allí comenzó a conformarse logró que casi todos los países latinoamericanos se opusieran y denunciaran los golpes de Estado «blandos» auspiciados por los yanquis que acabaron con los mandatos de Zelaya en Honduras y de Lugo en Paraguay. Además, Chávez desafió al amo del Norte al promover la integración latinoamericana, centroamericana y caribeña contra los dictados de Washington, y brindó apoyo financiero al gobierno de los Kirchner cuando el país no recibía créditos de ningún organismo financiero mundial desde que había dejado de pagar su deuda externa.

Desde entonces los yanquis juraron venganza contra Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, los Kirchner, Daniel Ortega y Lula. Había que erradicar esos «malos ejemplos» de gobiernos que independizaban a sus países del imperio para que esas naciones volvieran al redil que Estados Unidos había completado y consolidado a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. La actual campaña contra Venezuela es hoy la punta de lanza de ese objetivo geoestratégico más ambicioso.

Los negocios de Venezuela con China alcanzaron cifras muy elevadas: desde 2007 Venezuela recibió 65.000 millones de dólares por parte de la banca estatal china para financiamiento, y el país creció económicamente (más del 5% promedio entre 2005 y 2012) mientras el precio del petróleo se mantuvo elevado.

Las repercusiones regionales de la crisis capitalista mundial de 2008 y la prolongada recesión que la siguió señalaron el declive del régimen chavista, asfixiado económicamente por el desplome de los precios del petróleo en 2013. Pero los negocios con China no se detuvieron:

«En 2015, Venezuela recibió US$10.000 millones de China, la mitad fue un préstamo al estado venezolano para refinanciar su deuda y la otra mitad tuvo como destino a la estatal petrolera PDVSA. Una parte de los préstamos que Venezuela recibió de China lo paga con producción petrolera. Cuando el precio del petróleo era alto ambas partes se beneficiaban, esas condiciones cambiaron cuando el precio bajó.»

Y ahora China busca desarrollar como alternativa la explotación del llamado «Arco minero del Orinoco» que se extiende en una superficie de más de 100.000 kilómteros cuadrados rica en oro, coltán, diamantes, hierro, bauxita y otros minerales. La rapiña imperialista no puede tolerar que esos enormes recursos queden en manos de su mayor competidor asociado al gobierno venezolano.

A la campaña imperialista se han sumado servilmente presidentes y altos funcionarios de nuestra región.

Juan Manuel Santos, el presidente colombiano, se refirió a la situación que está atravesando Venezuela y declaró: «Es muy grave para Colombia la inestabilidad del vecino país con lo que está sucediendo y con lo que podría ocurrir»; afirmó también que la Asamblea Constituyente propuesta por Maduro «no es la salida adecuada» a la crisis que vive ese país, pidió la liberación de los presos políticos y se manifestó «preocupado» por el proyecto venezolano de fortalecer las milicias.
Colombia es el país latinoamericano con más bases militares norteamericanas en su territorio, con casi el 12% de su población desplazada por el deterioro social y la escalada de la violencia desatada a partir de los años 90 con el Plan Colombia, patrocinado y financiado por los Estados Unidos. Según la Fiscalía General colombiana, las acciones del Ejército colombiano, tropas de elite yanquis y formaciones paramilitares de mercenarios a sueldo de los terratenientes y narcotraficantes, asesinaron a más de 150.000 personas, una cifra muchísimo mayor de las que murieron por acciones de la guerrilla.

Donald Trump, actual presidente de Estados Unidos, «expresó su alarma por la crisis humanitaria [en Venezuela] y dijo que trabajará “de la mano con Colombia” hasta que regrese la democracia». Y Lindsey Graham, uno de los precandidatos republicanos en las últimas elecciones, aclaró de qué se trataba: «Creo que la mejor manera de disuadir es fortalecer las defensas de las Fuerzas Armadas colombianas. Voy a trabajar con el presidente [Santos] para determinar qué es lo que se necesita para prevenir una guerra con disuación y, si se presenta un conflicto, Colombia tenga cómo defenderse de los venezolanos».

Luis Almagro, el hoy secretario general de la OEA, que fue canciller durante el gobierno del Frente Amplio uruguayo, se alineó con la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), o sea, la oposición política al chavismo que actúa como agente interno de la ofensiva imperialista contra Venezuela:

«Las acusaciones de delitos de vilipendio y de instigación a la rebelión, así como otras tipificaciones de similar naturaleza forman parte de un discurso reaccionario desprovisto de fundamentos legales aplicados contra manifestantes […] El régimen cívico-militar de Venezuela representa lo peor de cada dictadura […] Esta cadena de mando no tiene derecho a perseguir, no tiene derecho a encarcelar, no tiene derecho a intimidar, a amedrentar y, en definitiva, a terminar de destruir a la hermana nación venezolana y a desestabilizar la región, escudándose en fantasiosas conspiraciones imaginarias y desatendiendo sus responsabilidades […] 

Hemos llegado a un punto que no tiene otro retorno que el de las elecciones generales inmediatas para que la gente de Venezuela pueda expresarse y redemocratizar el país.»

Los primeros puestos en la lista de los gobiernos serviles al imperialismo yanqui fueron resaltados por el senador Marcos Rubio, un hijo de gusanos cubanos que milita en el ala más derechista del Partido Republicano y cuenta con el apoyo del ultraderechista Tea Party. El 10 de mayo, el diario oligárquico argentino La Nación, en un artículo titulado «Washington aumenta la presión sobre Caracas», informó que Venezuela «fue uno de los temas salientes de la 47ª conferencia anual del Consejo de las Américas, en el Departamento de Estado, uno de los puntos de encuentro de empresarios y diplomáticos de América latina y el poder político de Washington», y resaltó el discurso de Rubio, quien «dijo sentirse “complacido” de ver a varios países en la región –nombró a México, la Argentina, Chile, Perú y Colombia– liderar la ofensiva contra Maduro».

El creciente aislamiento regional de Venezuela se profundizó por los éxitos de tres políticas del imperialismo:

• El acercamiento del régimen cubano a Estados Unidos, signado por la reanudación de las relaciones diplomáticas, que apunta a la restauración del capitalismo en Cuba, que hoy es el principal sostén político del régimen chavista.

• Los acuerdos de paz en Colombia, propiciados por La Habana y el gobierno venezolano, que fortalecieron al presidente Santos y, por esa vía, a la más poderosa cabeza de puente del imperialismo yanqui en la región, con sus doce bases militares en el país.

• La llegada al poder de gobiernos oligárquicos proimperialistas en Argentina y Brasil.

Estados Unidos no está solo en su embestida contra Venezuela. Lo acompañan, festejando eufóricos la crisis social y económica del país, las demás potencias imperialistas, con España a la cabeza, la Iglesia católica y todos aquellos que se declaran defensores de la democracia, de la paz, del fin de las ideologías, de la globalización, de la edad de oro de la Unión Europea (los años 90) y del sueño americano (los años 50). En todo el mundo la voces contra el régimen chavista se multiplican, a la par que la oposición al gobierno de Maduro convoca a ocupar las calles para lograr la «libertad de los presos políticos» y elecciones inmediatas u otras formas institucionales que les permitan terminar con el chavismo.

La agresión se desarrolla en diferentes frentes: la violencia en las calles, la guerra económica, las maniobras diplomáticas y la desinformación, que está a cargo de las grandes cadenas monopólicas de la información mediática, como la demócrata CNN y la republicana Fox.

Con Maduro en la presidencia y la profundización de la crisis económica, el régimen político comenzó resquebrajarse. Por un lado, la muerte de Chávez había originado un vacío institucional que ninguna otra figura individual podía llenar. Por otro, gran parte de la clase media e incluso sectores de las capas pobres y del estudiantado giraron a la oposición, lo que quedó en evidencia con su victoria electoral a finales de 2015. Si bien el chavismo conserva un importante apoyo en sectores de masas, han surgido en su interior fraccionamientos que cuestionan a Maduro y al día de hoy el régimen se sostiene fundamentalmente por el apoyo que recibe hasta ahora de las fuerzas armadas.

El descontento social que afloró en estos meses de movilización callejera no responde centralmente, como vociferan los medios, a las exigencias políticas «democráticas y antidictatoriales» de la oposición, sino fundamentalmente a los agudos problemas sociales y económicos que afectan a los trabajadores y al pueblo, que son las razones por las que protestan los sectores más pobres.

Los compinches de la operación imperialista contra Venezuela proclaman a los cuatro vientos que el «Socialismo del Siglo XXI fracasó». Desde Perspectiva Marxista Internacional habíamos alertado que eso sucedería si el proceso venezolano no avanzaba realmente hacia el socialismo. Dijimos que si los grandes burgueses nacionales y los monopolios imperialistas conservaban su poder económico en las finanzas, el comercio, la industria y la tierra, si no se los expropiaba, si se seguía pagando la deuda externa, si no se implantaba el monopolio estatal del comercio exterior, si no se ponían esos resortes fundamentales de la economía bajo control democrático de los trabajadores, los campesinos y el pueblo pobre, si todo esto no se hacía, Venezuela iría a la ruina. Esto es lo que está ocurriendo; es la explicación profunda del fuerte debilitamiento de la influencia del régimen venezolano entre sectores de masas, y lo que le ha permitido a la MUD apropiarse de las banderas de la «lucha por la democracia» y contra la miseria creciente.

Pero, ¿qué está pasando en los países en los que los enemigos de Venezuela celebran y muestran como modelos el triunfo de gobiernos partidarios del «libre mercado» y la «integración al mundo»?

Brasil, donde ellos estimularon el impeachment contra la presidencia de Dilma Rousseff, denunciando la corrupción del PT y de sus burgueses amigos, está en una crisis económica inédita, y el sistema político brasileño atraviesa su etapa más negra, con una crisis institucional gravísima y la mayoría de los parlamentarios y funcionarios del gobierno de Temer y de los restantes partidos, incluido el presidente, hundidos hasta el pescuezo en la mugre de los sobornos y negociados multimillonarios. Lo mismo ocurre en la Argentina con Macri y prácticamente todos sus altos funcionarios.

¿Qué es lo que festejan en realidad los siervos del imperialismo y las oligarquías locales? No es la «democracia» ni la «transpariencia» de esos gobiernos-chiquero. Lo que celebran es que los anteriores gobiernos «populistas», al defender la subsistencia del régimen capitalista, arrojaron a sectores de la población al apoyo a los nuevos gobiernos-chiquero, permiténdoles a éstos lamzar brutales ataques a los trabajadores y al pueblo pobre, y someter a sus países a los dictados del amo del norte.

No abandonamos ninguna de nuestras críticas al chavismo, no llamamos a apoyar políticamente a Maduro ni a Diosdado Cabello, el jefe del ejército venezolano. Ellos son una pésima dirección de la resistencia de Venezuela a la agresión imperialista y no merecen la menor confianza de los trabajadores y el pueblo pobre. Por eso es necesario que los trabajadores, poniendo en primer plano la lucha antiimperialista en defensa de Venezuela, se organicen y actúen de manera independiente, postulándose como la única clase que puede ser consecuente hasta el fin en esa batalla y, al mismo tiempo, negándose a aceptar ningún «sacrificio por la patria» de sus condiciones de vida que les exija el gobierno. Pero nadie que se diga revolucionario puede levantar la política de movilizarse para derrocar a Maduro e imponer una salida electoral, como hacen organizaciones «de izquierda» y «revolucionarias». Ese llamado coincide en un ciento por ciento con lo que está haciendo la oposición oligárquica y proimperialista, y semejante traición no se puede ocultar con críticas a la MUD, que es la dirección de esas movilizaciones, porque el primer deber de todo revolucionario es ser antiimperialista.


Desde Perspectiva Marxista Internacional levantamos la verdadera política marxista y revolucionaria:

¡Unidad de los trabajadores y los pueblos latinoamericanos y del mundo entero para defender a Venezuela y derrotar la agresión imperialista!

Junio de 2017

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