13/3/22

UCRANIA: Primeras líneas sobre la guerra


   Bajo el dominio imperialista del sistema económico mundial, el “crecimiento económico” y esta proclamada “democracia” conllevan más lacras que progreso. Es un sistema para una minoría, liderado por oligarquías financieras y parasitarias de las potencias imperialistas, que le destina a la inmensa masa de trabajadores del planeta solo explotación y esclavitud laboral, opresión, discriminación, cada vez más racismo y xenofobia; y a la mayoría de los países, saqueo de recursos y capital de forma constante, anexiones, el peligro de su destrucción o inviabilidad, pobreza, miseria creciente y, fundamentalmente, guerras de dominación.

   El oportunismo político, fortalecido por una recaudación abultada (en dólares, euros y privilegios) y conquistada a base de servir al sistema de explotación, satura los medios masivos y las redes sociales con la pintura de un mundo pacífico y civilizado, especialmente el “occidental y cristiano”, y del otro lado un Putin, que lanza una guerra para “invadir a Ucrania” sin respetar su “soberanía e integridad territorial”, cometiendo toda clase de “crímenes de lesa humanidad”.

   La verdad sobre este mundo la dijo el presidente del Banco Mundial: “23 países, que entre todos suman una población de 850 millones, se enfrentan actualmente a conflictos [militares] de intensidad media a alta”. Agregó que su número se ha duplicado en los últimos diez años y “esto ha provocado flujos masivos de refugiados”.

   Esos conflictos generan todo tipo de dramas humanos, millones de desplazados, campos de refugiados, huérfanos, y un sinfín de tragedias, que están impulsadas en últimas por los intereses económicos de estos países. Los países imperialistas, y un grupo reducido de potencias capitalistas emergentes, luchan por repartirse el mundo -por acceder a mercados, materias primas y mano de obra en cualquier región- y lo hacen de acuerdo a la fuerza económica y militar que poseen. 

   La guerra es una expresión de esa lucha por el reparto, es su principal lacra, y plantea de forma inmediata la posibilidad de un exterminio nuclear, de consecuencias incalculables en la pérdida de vidas, sin contar la creación y utilización de armamento cada día más sofisticado y eficaz para la destrucción, además de las letales consecuencias biológicas y químicas. 

   Desde el 24 de febrero, gran parte del territorio ucraniano ha sido declarado escenario de guerra por las fuerzas armadas rusas. Sin embargo, esta no es simplemente una guerra entre Ucrania y Rusia, es una guerra por interpuesta persona entre la OTAN y Rusia. La OTAN, desde la destrucción de la URSS, ha venido cercando a Rusia militarmente avanzando en la instalación de misiles, bases y el desarrollo de ejercicios militares cada vez más cerca de las fronteras rusas. En ese sentido, esta guerra fue provocada por la OTAN, y empezó mucho tiempo antes, como parte de las acciones imperialistas para impedir o limitar el desarrollo ruso, para avanzar en la destrucción de un posible competidor en la lucha por el reparto del mundo, lo de Rusia es una acción defensiva inevitable, si no quería quedar completamente sitiada y maniatada.

   Las potencias occidentales intervienen ahora en esta guerra armando todo lo que pueden al gobierno ucraniano, pero también envenenando las mentes de centenares de millones de personas de todos los rincones del mundo desde las pantallas de televisión, los celulares, los periódicos y las radios. Todas las tragedias humanas concentradas en pocos minutos de filmación, con informes y reportajes desde los escenarios de operaciones.

   Lograron así, vía la manipulación de los medios de información, que se produjeran importantes movilizaciones, en las que también participaron muchos trabajadores, para perseguir un solo objetivo: el aislamiento político, económico y social del dirigente y del país que se atrevieron a desafiar “las reglas de dominación” imperantes. La demonización de Putin y de Rusia desató una ola de “rusofobia”, llevada hasta el extremo de lo que hizo la universidad italiana que prohibió el estudio de las obras literarias de Dostoievsky. No importan las consecuencias, o los llamados “efectos colaterales”, que suman a la población rusa y a otros tantos millones a sufrir padecimientos por la crisis económica mundial, que se agudiza a la par de los bombardeos. Medidas dirigidas, como nos quieren hacer creer, contra Putin pero que afectan aún más la vida de los pueblos en todo el planeta.

   Pensemos por un segundo qué habría sucedido si toda la maquinaria montada contra la entrada de las fuerzas armadas rusas a Ucrania se hubiera utilizado para obligar a los laboratorios norteamericanos y europeos a liberar las patentes de las vacunas; cuántas vidas humanas, olas de contagios, crisis sociales y económicas se hubieran podido evitar –y controlar en un futuro–, en una pandemia que todavía, después de dos años, puede evolucionar en la aparición de nuevas cepas porque no avanzó la vacunación en los países más pobres.

    La respuesta de los Estados Unidos, la OTAN y sus socios militaristas al pliego de reclamos de la dirigencia rusa fue respondida con sanciones, que involucran la vida de millones. Un solo ejemplo, en la región asturiana de España: el aumento de precios de los combustibles (petróleo, gas y sus derivados) está alcanzando picos históricos, y obliga a fábricas metalúrgicas a trabajar en forma discontinua para racionar el uso de la energía, a empresas pequeñas directamente a cerrar y a los pescadores los obliga a la inactividad, porque ninguna de estas fuentes de trabajo puede afrontar los aumentos del combustible, que en un mes subió más del 100%.


Sobre la guerra rusa-ucraniana

   Bajo las balas de las mentiras, no podemos saber mucho del conflicto. Pero lo que sí conocemos es que tanto Rusia como Ucrania integraron durante más de setenta años la Unión Soviética, y recién a partir de los años 90 las potencias imperialistas, el Vaticano y la Iglesia ortodoxa, con la complicidad de las burocracias dirigentes de la ex URSS, destruyeron ambas economías para restaurar las leyes del capitalismo, o sea, la propiedad privada de los medios de producción. Gracias a las medidas dictadas por el FMI, que prometían mayores libertades y comer hamburguesas pero que significaron crear desempleo y pobreza donde antes no existía, lograron que en un polo se consolidaran oligarquías megamillonarias, y en el otro, masas de trabajadores empobrecidos. Como describe el sociólogo del partido de la izquierda rusa, Boris Kagarlitsky: “Así y todo vivimos de la ex URSS por muchos años y salimos adelante porque no pudieron destruirla más y porque con Putin nació la reacción contra las políticas imperialistas dentro no solo de la Federación Rusa sino también en varias repúblicas de la ex URSS”.

   En Ucrania, después de movilizaciones, huelgas y acciones de masas –en 1991, 2004 y 2014– y en especial en el llamado Euromaidan, contra las medidas de ajuste impuestas por el FMI, por los planes para acceder a la UE y los gobiernos del país, las regiones más industriales del este votaron independizarse. El voto popular también avaló la separación de Crimea, la península sobre Mar Negro, pero en este último caso se logró que Rusia la integrara dentro de su Federación de repúblicas. En el resto de las regiones del este ucraniano, el acoso militar de las fuerzas armadas del gobierno, entrenadas por la OTAN, se ha saldado con más de 14.000 víctimas en una guerra declarada por el gobierno de Kiev contra la población ucraniana de esas regiones. Por la guerra en los territorios de Donetsk y Lugansk, se firmaron en Bielorrusia acuerdos entre Ucrania, Rusia y las regiones en cuestión, bajo el auspicios de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). El Protocolo de Minsk de 2014, llamado así por la ciudad de Bielorrusia donde se firmó, fue reiteradamente incumplido por el gobierno ucraniano.


   Los reclamos de Putin por los avances contra el este de Ucrania, intervenciones, ejercicios militares de fuerzas de la OTAN e injerencias de todo tipo, por los reiterados ataques contra la población de esas regiones, por el incumplimiento por parte de las potencias europeas y fundamentalmente de los Estados Unidos de todos los acuerdos que vulneraron cada vez más la seguridad de la Federación Rusa y de los países vecinos –instalación de misiles en Polonia y de radares en Turquía, la línea roja planteada por Putin ante posibilidad de ubicación de misiles en Ucrania-, así como, la provocaciones del gobierno ucraniano solicitando su ingreso a la OTAN y señalando su intención de acceder a armamento nuclear, condujeron a las definiciones del gobierno ruso durante el mes de febrero: primero Putin reconoció la independencia de dos repúblicas de la región, Donetsk y Lugansk, y a los pocos días anunció la acción militar en el territorio, con soldados y tanques, iniciada con el bombardeo a bases militares y lugares estratégicos de las fuerzas armadas del gobierno de Zelenski. 

   El 17 de febrero, Sergey Karaganov, un influyente asesor del gobierno ruso, respondía así a la pregunta por los objetivos de Rusia en Ucrania: “en primer lugar impedir la ampliación de la OTAN y la militarización de Ucrania. Digan lo que digan, no tenemos planes para conquistarla…”.

   En este caos mundial abierto con la declaración de guerra de Rusia al gobierno de Ucrania, no cambiamos de foco sobre el enemigo fundamental de la clase obrera mundial: que es la acción manifiesta y deliberada de los Estados Unidos para avanzar con fuerzas de la OTAN sobre el área de seguridad de Rusia.

   Podríamos citar innumerables acciones (muy bien documentadas y publicadas en Internet) a este respecto. Los Estados Unidos y sus aliados, Gran Bretaña, las potencias europeas, Japón, Australia y Canadá entre los principales, han confeccionado a lo largo de los últimos treinta años una extensa lista de intervenciones, invasiones, injerencias militares, políticas y económicas para forzar voluntades hacia sus intereses y el de sus monopolios, para saquear recursos de los países pobres y explotar brutalmente a sus trabajadores. Para esos fines, los organismos como la OSCE, la ONU, la OEA, el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones fueron montadas con sus burocracias entrenadas en perseguir objetivos sin importar las consecuencias, para obligar a la rendición o al sometimiento, en definitiva esa extensa red funciona según las necesidades de las oligarquías dueñas del poder económico y financiero más poderoso del mundo.

   El brazo armado de estas instituciones políticas, diplomáticas y económicas son las Fuerzas Armadas yanquis, que comandan a la OTAN, con más de 500 bases e instalaciones militares desparramadas por todo el planeta, y que en nuestra región de América Latina y el Caribe tiene unas 30 bases, entre ellas, 12 en Panamá, 12 en Puerto Rico, 9 en Colombia y 8 en Perú -las movidas de ese brazo militar en la región tienen cabeza de playa en Colombia, que ya es socio de la OTAN, que ahora EEUU busca darle un nuevo estatus, y trabajan en aprobar un nuevo Plan Colombia para apuntalar el dominio imperialista en la región-.

   Todo ese aparato económico, político, diplomático y militar hoy está al servicio de demonizar a Putin y al pueblo ruso. El fortalecimiento de una alianza entre Rusia y China hace peligrar la hegemonía norteamericana en la que se sostienen los europeos e ingleses para el reparto del mundo, razón suficiente para doblegar a Rusia, utilizando a Ucrania para ese fin.

Para el imperialismo es sustancial la rivalidad de varias grandes potencias en la aspiración a la hegemonía, esto es, a apoderarse de territorios no tanto directamente para sí, como para el debilitamiento del adversario y el quebrantamiento de su hegemonía.

V. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916.







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