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10/4/20

NUEVA YORK EN EL FOCO DE LA PANDEMIA


 
 
El escenario principal de las finanzas mundiales absolutamente paralizado por la cuarentena, el caos sanitario y el crecimiento exponencial de las muertes. Con el transcurrir de los días y el traslado de los focos de contagio de un continente a otro, la gravedad de los hechos desacredita discursos, previsiones y análisis políticos y económicos.

Tanto las estimaciones improvisadas del primer ministro británico Boris Jhonnson, en estos días hospitalizado, como los atropellados y patéticos mensajes de Trump ya han sido desvirtuados por la cantidad de muertes que se producen en las ciudades de los países más ricos del planeta. La única vacuna contra el COVID-19 es precisamente cerrar la economía, paralizar la actividad y la circulación, en particular en los más importantes y desarrollados conglomerados urbanos. Todo lo opuesto a la prédica pública de estos líderes políticos.

Anthony Fauci, el director del National Institute of Allergy and Infectious Diseases (Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas e Infecciosas), luego de pelear contra la política y las sectas religiosas que dominan la Casa Blanca, prevé un escenario catastrófico en relación a la cantidad de muertes en su país, un pronóstico defendido por el excandidato Bernie Sanders, quien recientemente afirmó: “Será en la escala de una gran guerra. Nadie sabe cuántas muertes tendremos pero podrían igualar o superar las víctimas estadounidenses que vimos en la Segunda Guerra Mundial”.

Estados Unidos es un país donde creció la desigualdad de forma extraordinaria, producto de la concentración de la riqueza en muy pocos, y donde multimillonarios como Bill Gates, Jeff Bezos y Warren Buffett ganan más plata que la suma de lo que reciben los 80 millones de la población menos favorecida del país, de un total de unos 160 millones. En la “tierra de las oportunidades”, 38 millones de ciudadanos viven por debajo del umbral de pobreza, unos 15 millones de hogares sufren precariedad alimentaria y hay más de medio millón sin techo. Estos son los sectores sociales que ahora sufrirán más las penalidades de la pandemia.

A los sistemas de salud ineficientes, dominados por el negocio farmacéutico y de la medicina en general, se suma la falta de una coordinación científica y apoyo financiero efectivos a nivel internacional, agudizados por el cierre unilateral de fronteras y la guerra por el acaparamiento de insumos. En centros urbanos como Nueva York o Chicago, la situación se agrava por la desigualdad y la marginalidad. Allí abundan los empleos de la economía informal, y las poblaciones latina y afroamericana se convierten en las principales víctimas. Son las destinatarias de tareas imprescindibles como atención sanitaria, limpieza, mantenimiento, empleos en supermercados, transporte público, comercio, transporte de alimentos, etcétera.

La pandemia encontró en las ciudades el campo de batalla adecuado para propagarse, sorprendió a la estructura social y sanitaria, y avanza en medio del caos. La comunidad afroamericana sufre los peores embates debido también a enfermedades subyacentes vinculadas a la pobreza (diabetes, deficiencias cardíacas y pulmonares) y a la falta de recursos para recibir atención médica. Los números son elocuentes, el 70 ciento de las víctimas en la ciudad de Chicago son afroamericanos, que solo constituyen el 30 por ciento de la población.

El panorama no es mejor para el futuro de la economía, donde se estima, entre otras posibilidades, el probable estallido de una crisis financiera a nivel mundial, además las cifras que se manejan entre los economistas indicarían el desencadenamiento de una tormenta perfecta: sufrir una depresión peor que la de 1930.

Los gobiernos de las principales potencias se venían preparando para “resolver” la crisis económica en otro terreno. Apenas un año atrás, Donald Trump aumentó la inversión en Defensa un 4,6% respecto a 2018, hasta alcanzar su máximo histórico: 649.000 millones de dólares, un 36% del total mundial. Estados Unidos mantiene en el extranjero más de 800 bases militares, repartidas en más de 40 países. También compite con Rusia y China por el desarrollo de nuevo armamento, como los misiles hipersónicos, que convertirían en ineficientes los actuales sistemas de defensa.

Pero las inversiones en el presupuesto de Defensa, que le sirvieron para oprimir y sojuzgar otros países, en nuestra región, en Oriente Medio y en otros puntos del planeta, no son útiles para combatir este nuevo enemigo. Ni siquiera el entrenamiento y experiencia logrados en el terreno militar le sirven para que sus máximos expertos en tácticas y estrategias de guerra planifiquen cómo terminar con la propagación del COVID-19.

Cualquier militar puede entender que desde el punto de vista táctico es una batalla perdida, porque el enemigo (el virus) atacó por sorpresa, elige los teatros de operaciones y la letalidad de los ataques; en definitiva, porque nadie sabe cómo ni cuándo ni con qué medios combate. Pero también sabe que con una planificación estratégica se logra la victoria, una planificación como la recomendada por el mundo científico, que tienen experiencia en el combate contra los virus.

Para la estrategia, ese militar debería saber que cuenta con una existencia importante de reservas, que son las personas, y que se deben proteger hasta que el virus, que sólo se reproduce dentro de las personas, no se pueda seguir propagando. A esas reservas hay que quitarlas de circulación para que no se conviertan en nuevos teatros de operaciones del COVID-19, en sus nuevos medios de contagio. Si quedan recluidas, si no transitan en las calles, si no se aglomeran en ninguna parte, se podrán perder batallas tácticas pero se ganará la guerra.

Por eso la eficacia de la estrategia está en la cuarentena, y cuánto más estricta sea, más rápido y con menos bajas se alcanzará la victoria contra el virus. Ese escenario ideal de autoaislamiento sería efectivo además, si las reservas estuvieran bien equipadas, pero un gran porcentaje de la población no está en condiciones económicas ni físicas.

Estados Unidos, que gasta en las fuerzas de destrucción más recursos que en salud, en medio del combate contra la pandemia levantó las banderas del “sálvese quien pueda”… y así le fue.


La batalla contra el COVID-19 cambió todo

Los contagios y las muertes por el COVID-19 se multiplican en cada continente, mientras las bolsas caen, se rompen las cadenas de suministros, el precio del petróleo y de las materias primas se desbarranca, y una depresión mundial anuncia su desembarco. Este coronavirus tiene el mundo capitalista a sus pies: la batalla eficaz contra él no solo «cuestiona la libertad de mercado», también al «opio» de las religiones, hoy la ciencia subió al pedestal del cual nunca debería haber bajado. Cuestiona todos y cada uno de los principios sobre los que se basó el sistema económico capitalista-imperialista y el régimen democrático burgués con sus consecuencias trágicas para un creciente sector de la población mundial. La mayoría de la población trabajadora perdió derechos básicos para la vida, las condiciones esenciales para prevención de enfermedades y enfrentar pandemias: el derecho a la vivienda y al hábitat saludable, el derecho a la nutrición (no es lo mismo que paliar el hambre) y el derecho al ocio.

Una crisis sanitaria y social de incalculables consecuencias cuya resolución queda en manos de los científicos cuyo papel es de incalculable valor, pero también de líderes políticos que aplicaron, de forma reiterada, brutal e irresponsable, políticas de austeridad que afectaron los planes de salud y llevaron a la destrucción los sistemas de seguridad social. Por crisis de 2008, destinaron fondos públicos a los bancos para salvarlos, para evitar un colapso financiero mundial, en 2015, más de 56 países habían recortado sus presupuestos de salud sin medir las consecuencias. A la vez, no ejercieron regulación ni control para la industria farmacéutica, al contrario el negocio de las drogas y de los tratamientos médicos para las enfermedades crónicas, fue creciendo en ganancias siderales para sus dueños y en menor eficacia. De conjunto el multimillonario negocio de la medicina privada creció a la par del creciente deterioro que impide cubrir las necesidades de salud de la mayoría de la población y contar con verdaderas políticas de prevención.

En medio de una crisis de esta magnitud en la que está en juego la salud de millones, las masas populares y la clase obrera que debemos afrontar la baja constante del nivel de vida, deberemos también batallar contra esta epidemia bajo el imperio de las leyes capitalistas limitadas a las fronteras nacionales, a la propiedad privada y a un sistema de explotación del trabajo.

El virus atraviesa todos esos límites, se necesitaría una dirección mundial que ejecutara políticas globales no en función de los monopolios y de la oligarquía financiera sino en función de las necesidades sociales, o sea bajo otros principios opuestos al capitalismo, una dirección obrera y socialista. Cualquiera de estos organismos que el sistema capitalista-imperialista fue creando para pintarse de humanista, como la OMS (organización mundial de la salud) aunque se nutra de científicos e investigadores capaces, solo puede hacer recomendaciones, y dentro de los límites que le imponen los intereses del negocio multimillonario de la industria farmacéutica y de la salud. Y para colmo de males muchos de los gobiernos ni siquiera escuchan sus recomendaciones.

La patronal y los grandes capitales financian con millones de dólares las campañas electorales para que sus candidatos políticos triunfen y gobiernen a su servicio, así en Estados Unidos llegó al poder Trump, un verdadero hombre de negocios disfrazado de político, que por ejemplo, disolvió en 2018 el equipo de Dirección de Seguridad Sanitaria global y biodefensa (National Security Council), creada después del brote de ébola de 2014, y despidió un número importante de trabajadores dedicados a la investigación y tratamiento de las pandemias globales con el solo argumento de «No me gusta tener a miles de personas cerca cuando no se necesitan. Cuando las necesitemos, podremos recuperarlas muy rápidamente».

Cruzando el Atlántico otro líder deleznable como Boris Johnson ejerce de primer ministro en el viejo imperio. Al mismo tiempo que la OMS declaraba Europa epicentro de la pandemia Jhonson decidió prescindir de medidas de protección para la población y contención del virus. Desoyó los reclamos de políticos y científicos de Gran Bretaña. Johnson optó por salvar «la economía» no a los ingleses y menos todavía a la mayoría trabajadora y sectores medios bajos que dependen de un servicio de salud lamentable -hoy yace en una cama de la UCI del Hospital Saint Thomas-. Un país que supo ser un ejemplo del mundo occidental, con el NHS servicio nacional de salud, creado en 1948 bajo el principio de que la atención médica nace de la necesidad de esta y no de la capacidad de pago de cada individuo. El NHS sufre desde fines de los 70 las políticas de privatización de las administraciones laboristas y de las conservadoras que fueron socavando el sistema hasta casi destruirlo. El actual gobierno británico en medio de la emergencia de la pandemia, aplicará el principio inverso: aquellos que tienen capacidad de pago podrá atenderse, en una estúpida y también criminal política que no impedirá tampoco, salvar al país de un probable colapso financiero mundial.

¿Qué podemos esperar de Macron?, «el joven y brillante» presidente de Francia, que desembarcó en el poder para aplicar un plan de destrucción del sistema de pensiones y seguridad social francés. Ante el estallido de la crisis epidemiológica no hizo lo recomendado por la OMS, no postergó las elecciones municipales del domingo 15 de marzo. Para este ex gerente de la banca Rothschild, que supo celebrar costosos banquetes para financiar su campaña a la presidencia, decidió no dejar librado su futuro político a un virus que solo mata a las personas mayores (que son además una carga económica para el Estado). Optó por la defensa de «la democracia francesa» que «nunca en la historia de la V República (desde 1958) sufrió la postergación de alguna elección». Para Macron no hubo COVID-19 que le impidiera intervenir en esta batalla electoral ni tampoco se doblegó ante el número creciente de muertes.

¿Qué podemos esperar de toda la clase política italiana? Más allá del actual primer ministro de turno, el dato importante es que ese país tiene debilitado al máximo su sistema de salud pública, durante los últimos 10 años sufrió un ajuste tras otro, al compás del crecimiento de la deuda externa después del 2008, significó el despido de miles de trabajadores desde investigadores hasta personal médico y asistencial.

Para ver el alcance y las consecuencias inevitables de esta pandemia en pleno desarrollo debemos comenzar por entender sus causas. La primera es la vigencia del capitalismo, la dominación de la economía mundial por un sistema de explotación y colonización del mundo. Donde la economía capitalista más rica del planeta, los Estados Unidos no tiene plan de salud pública, y en manos privadas y de los monopolios solo ofrece condiciones para la propagación del problema.

Para los trabajadores y clase media norteamericana no solo se agrava la situación por la falta de un seguro médico adecuado sino también por el sistema laboral donde no existe la licencia paga por enfermedad. Según el economista Joseph Stiglitz, durante el gobierno de Trump, las tasas de morbilidad y de mortalidad fueron en aumento, y unos 37 millones de personas regularmente padecen hambre en la economía más rica y desarrollada del planeta. Según el New York Times, 380.000 pacientes de residencias de ancianos mueren cada año por infecciones virósicas mal controladas.

Estados Unidos es la prueba empírica de cómo una clase social, la burguesía, en su agonía, y entendiendo que está constituida por distintos sectores con profundas contradicciones y diferencias, cada vez más ejerce el poder para el sometimiento de los sectores asalariados y de los países, a la vez una clase social casi absolutamente parasitaria pero que se vuelve más peligrosa para la paz mundial, porque tiene capacidad de desatar las guerras más brutales si ve en peligro el dominio de sus monopolios, de sus propiedades, sus fortunas y privilegios y fundamentalmente de su poder.

Pero es incapaz de dirigir y dar una respuesta global a un virus que no conoce fronteras. La investigación científica en el país más rico, solo tiene recursos para las necesidades de los monopolios farmacéuticos, recibe limosnas en investigaciones que no dan ganancia, mientras las corporaciones más importantes, las grandes compañías bancarias y financieras, las grandes fortunas recibieron rebajas impositivas del Estado. El presupuesto militar creció pero el de la salud pública significó para EE.UU. veinte años de recortes de la capacidad de hospitalización, siendo las más afectadas las comunidades más pobres y las zonas rurales, casi devastadas de servicios. Existen sectores sociales muy vulnerables en el país más rico, entre otros los cientos de miles de trabajadores de cuidados domésticos, de las residencias de ancianos, el personal sanitario con sobrecarga de trabajo de forma permanente, trabajadores de servicios en general, jornaleros, desocupados y personas sin techo. La supervivencia de estos sectores, antes de la pandemia, no era prioridad y tampoco lo será en medio de esta emergencia, el acceso a medicamentos esenciales y a la atención sanitaria no pueden resolverse si solo se favorece las ganancias de las grandes compañías farmacéuticas y del negocio de la salud.

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