La marcha inunda la carrera décima, una de las arterías del centro por la que habitualmente transita el transporte urbano que lleva a las masas trabajadoras al sur de la ciudad, una familia esta apostada en la acera del costado oriental, es una pareja joven que está junto a sus dos hijos, el menor de unos 5 años sostiene un cartel que dice: «Yo marchó porque la educación pública sea un derecho, viva la Universidad Pública»; su hermana de unos ocho año sostiene otro cartel que dice: «Yo marcho para que no se masacre a niños indefensos». La imagen describe los hechos y el sentir de esa marea humana que se hizo presente en el gran Paro Nacional del 21N.
En un país sin tradición de paros nacionales, en un país marcado por la violencia sistemática contra las expresiones democráticas y las organizaciones de la clase trabajadora y de los sectores del pueblo pobre, el Paro Nacional del 21N logró romper el esquema, superar cualquier expectativa. En la calle se expresó el hastío de una sociedad contra la imposibilidad de una vida democrática real, desde los niños salieron a reclamar que no se asesine más a los líderes sociales, que no se masacre a otros niños en los campos del país. En la calle se reclamó que los colombianos tenemos derecho a una vida digna, que los jóvenes tienen derecho a una universidad pública y gratuita, que los trabajadores tienen derecho a un salario digno, que nuestros viejos tienen derecho a una pensión por sus años de trabajo, que los grandes burgueses del país y las transnacionales imperialistas no tienen porque seguir recibiendo exenciones tributarias mientras al pueblo pobre se le incrementan los impuestos.
El 21N fue una gran fiesta democrática. Para el pueblo trabajador un momento para expresar su ira contenida, para bailar y cantar gritando el país que ya no quieren tener: contra el paquetazo de Duque, contra el gobierno uribista y su régimen del terror. Para el gobierno nacional fue una pesadilla y para la burguesía motivo de preocupación.
En todo el país las movilizaciones fueron gigantescas, cientos de miles de colombianos estuvieron en las calles. Un cártel decía: «Ahora sí Chile es un ejemplo», Chile y Ecuador aparecían en las consignas como referentes de lucha: «¡Viva la lucha del pueblo chileno! ¡Viva la lucha del pueblo ecuatoriano!», el antiimperialismo emerge de manera mas sutil, pero vuelve aparecer «!Abajo el golpe en Bolivia¡».
Al final del día hay enfrentamientos entre la policía y sectores de los manifestantes, arden contenedores de basura en algunas vías céntricas en Bogotá, se decretó el toque de queda en Cali, las imágenes a nivel nacional son de grandes movilizaciones y una tensa calma. En Suba, un sector con un importante componente de clase trabajadora al norte de Bogotá, el portal de transmilenio -el nefasto servicio público de los bogotanos- arde. En la mañana el ESMAD -el grupo de choque de la policía, odiado por miles-, reprimió violentamente a quienes madrugaban a manifestarse; espontáneos les cantaron el himno nacional en su cara y luego lo rompieron todo, dejando salir ese odio contenido contra una sociedad que excluye y explota.
Luego de las movilizaciones Bogotá estaba semiparalizada, sin transporte público, con las vías vacías y con miles de personas caminando a casa. Los que no marcharon en el día sacaron sus cacerolas en la noche, gritaron desde sus ventanas, se animaron a desafiar el frío y se movilizaron en sus barrios; desde Rosales, un barrio de la burguesía en el norte, hasta en Bosa, el dormitorio obrero en el sur. Un grupo de manifestantes fue hasta la zona residencial en la que vive el presidente para decirle, que es ciego, sordo y mudo; que no ve, no oye y no entiende el sentir popular, que él y la burguesía a la que representa va tener que empezar a escuchar. La intervención de Duque al finalizar la noche no sirvió de nada, demostró una vez más su incapacidad. Duque, el títere uribista, no puede percibir el sentir del pueblo trabajador, es incapaz de dialogar con él, al igual que el uribismo representa un país que empieza a quedarse atrás.
Un gobierno que llegaba debilitado a enfrentar el paro y que demostró el terror que este le producía con una campaña mediática gigantesca para intentar contenerlo, salió aún más golpeado después de él. El uribismo en el poder se ve aislado y dividido, ha recibido una andanada de golpes que lo deja sin respuesta, sus advertencias de que va a restablecer el orden y la seguridad no parecen poder contener la rabia que se empezó a expresar. El gobierno que fue apoyado ampliamente por la oligarquía no se muestra garante de la estabilidad social, Duque está en la encrucijada: o se la juega a reprimir violentamente o empieza a negociar y ceder alguna concesiones, a hacer algunos gestos. El problema es que el uribismo es poco dado a conceder ante la movilización social.
Un manifestante con un cartel de la comunidad LGBTI dice: «Más marica el que no se moviliza», fuimos muchos, estuvimos casi todos, fue una fiesta con familias que se movilizan, con indígenas que se movilizan, con comunidades negras que se movilizan, con sindicatos y trabajadores que se movilizan, con estudiantes que se movilizan, con campesinos que se movilizan. Fuimos miles.
El Comité Nacional de Paro solicitó de forma inmediata una reunión con el gobierno nacional para debatir las motivaciones del paro y se declaró en estado de alerta y dispuesto a convocar nuevas acciones en la calle si el gobierno desatiende los reclamos y mantienen su idea de presentar o sacar adelante las reformas pensional, laboral y tributaria. Hace poco días un dirigente sindical planteó que el paro era una acción para «descomprimir», para «sacarle presión a la olla». Sus palabras parece que tampoco se corresponden con lo acontecido, pero aún está por verse como continuará el despertar del pueblo colombiano.
Los chilenos nos invitaron a despertar y Colombia aceptó la invitación: ¡Colombia despertó!.
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