Hace veinte años Afganistán fue invadido por la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), liderada por Estados Unidos y que incluyó, entre otras, fuerzas militares de sus socios menores imperialistas: Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Francia, Italia y España. En total, llegaron a sumar unos 130 mil soldados, y lograron su objetivo: expulsar del poder a los talibanes que por entonces gobernaban el país e imponer un gobierno títere apoyado en un “ejército nacional” mercenario. Los gastos de esta operación, sumando los militares y los de “ayuda humanitaria”, fueron gigantescos; de lejos la mayor “inversión” fue la de Estados Unidos: 3 billones (millones de millones) de dólares, pero el ejército y la policía “nacionales” hambreaban a sus efectivos mientras gobernantes y generales se robaban buena parte de esos recursos.
Las dos décadas de invasión militar imperialista fueron de guerra y exterminio en manos de esas tropas extranjeras, mientras el pueblo afgano sufría caídas catastróficas en todos los niveles de sus condiciones de vida, y dejaron un saldo de decenas de miles de muertes civiles y muchísimos más refugiados en Pakistán e Irán, que huyeron del hambre, la miseria y la muerte.
Veinte años después impactaron las imágenes televisadas del caos en el aeropuerto de Kabul.
Los aviones, enviados por los Estados Unidos y por la OTAN para la evacuación partían repletos de militares, diplomáticos, funcionarios de los servicios secretos, mercenarios-contratistas, personal de las ONG, periodistas, familias extranjeras pero también afganas que huían del país. El primero en escapar fue el presidente Ashraf Ghani, un canalla servil a las fuerzas ocupantes, que leyó su último mensaje al país y esa mismo día se escapó hacia Qatar con 169 millones de dólares, y terminó asilado en Emiratos Árabes Unidos.
Esta salida en estampida de los ocupantes y sus lacayos, esta huida forzada por la ofensiva relámpago de los talibanes en la capital del país, dejó al desnudo la imprevisión y el mal cálculo, propios de una rendición negociada a medias, que los obligó a esta evacuación más cercana al caos que a una retirada ordenada. Las fuerzas armadas norteamericanas y de la OTAN han perdido una guerra, no hay mucho más que explicar.
Los medios masivos se empeñan en mostrar que el pueblo afgano está desesperado por escapar en masa del país por el terror que le tiene a los talibanes. Pero el triunfo de esta revolución no puede explicarse solo por la acción de los nuevos gobernantes, que derrotaron a los imperialistas pese a que estos tenían una abrumadora superioridad militar y económica. Se explica fundamentalmente porque la inmensa mayoría del pueblo afgano odiaba a los invasores y quería expulsarlos del país.
La clase obrera mundial debe ser consciente de que esta batalla ganada por el heroico pueblo afgano y el nuevo poder talibán contra el abrumador poderío militar de los imperialistas, es una revolución de liberación nacional triunfante, dirigida política y militarmente por los talibanes. La derrota de las potencias imperialistas no es solo militar, también es política, económica e ideológica. Afganistán recuperó su independencia y demostró que al imperialismo y a sus gobiernos serviles se los puede derrotar.
Una derrota que tendrá repercusiones muy profundas en el curso de la lucha permanente e internacional contra la opresión que sufren los pueblos bajo el sistema de explotación esclavista del capitalismo-imperialista.
Perspectiva Marxista Internacional
28 de agosto de 2021
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