Dos mundos, separados por clases enfrentadas: el fútbol de los negocios y el fútbol de Maradona
La pelota gira en el aire, se detiene, se desliza, rueda, toma velocidad, alcanza altura y golpea la red… La pelota y su compañero de juego, juntos, lograron una coreografía inigualable. Al goleador también lo han comparado con el mejor poeta.
Diego y su pelota lograron el deleite de millones de espectadores, como una obra de arte desafió al mundo acompañados por el estridente cántico de la tribuna, en un campo teñido de colores de banderas agitadas mientras la destreza del narrador deportivo grita el remate punzante del gol. Un goce único extendido desde el estadio exultante hasta el último televidente, precedido por el drama, seguido por la reflexión colectiva, todo conjugado en un solo partido de fútbol.
El fútbol del negocio financiero
El fútbol profesional, en el que Maradona creció y fue estrella y con el cual impregnó de alegría hasta el último rincón del planeta, es un negocio gigantesco. Mueve miles de millones de dólares en el mercado capitalista mundial. Su alta rentabilidad despierta el interés de los estados y de las multinacionales. La Premier League inglesa es la más valiosa de todas las ligas europeas, medida por los dividendos, no por la destreza de sus jugadores. Acumula enormes inversiones lideradas por los estados árabes petroleros y por los oligarcas rusos, entre los que se destaca Abramóvich, ligado al negocio del petróleo y dueño del club inglés Chelsea.
En el mundo de este negocio, las valoraciones de los equipos de fútbol son económicas: se distribuyen ganancias, no goles. Los dirigentes y funcionarios ligados al fútbol no pelean por la camiseta o porque son fanáticos de un equipo, sean de Boca, del Inter o del Real Madrid, pelean por dinero y por los privilegios del poder.
En el fútbol profesional conviven dos mundos, absolutamente contrapuestos. En uno, miles de millones de personas desde la Alaska y Siberia hasta el sur de África y América, ricos y pobres, debaten durante horas, quizá días y hasta semanas enteras, sobre el rendimiento deportivo del equipo, sobre las habilidades de tal o cual jugador, sobre el triunfo cuestionable del partido o del campeonato, sobre las derrotas, sobre el gol que no fue, el gol que el árbitro invalidó, el penal de último momento, la patada sin tarjeta roja y «la mano de Dios».
En el otro mundo, un puñado de propietarios «de la pelota», esa minoría multimillonaria que gana plata con el fútbol, discute y pelea por los ingresos por la venta de entradas, por el marketing y las campañas de publicidad de la marca deportiva, por los derechos de emisión, por la venta de jugadores o por el impacto que tiene el merchandising en el negocio. Son dos mundos de intereses contrapuestos, donde el dinero junto a la política van dominando la escena, y logran deslizar los problemas de los negocios a la vida y rendimiento de los jugadores, a los malogrados campeonatos nacionales e internacionales, a la organización y financiamiento de los famosos barras, aunque predominen las simpatías populares por la camiseta o por el buen fútbol.
Dos mundos que agudizan sus diferencias en la profunda división entre las potencias imperialistas y los países atrasados, sus semicolonias, a los que explota y oprime. En el negocio del fútbol, los equipos de los países semicoloniales se quedan cada vez más pobres, se deterioran sus aspiraciones competitivas a cambio de los dólares o euros logrados con la venta de los jugadores más destacados, a cambio de sobornos y por el entramado de los campeonatos a medida del dinero, y no de las posibilidades físicas, el talento y el rendimiento de los jugadores.
Al fútbol profesional se sumaron las grandes ligas del imperialismo mundial, desde potencias ricas como Estados Unidos (a contramano de la tradición deportiva nacional donde el béisbol, el fútbol americano y el básquet despiertan mayor entusiasmo que el fútbol) hasta China, que compra jugadores a precios desorbitados y apuesta a organizar su mundial en 2026. Mientras la efervescencia futbolera crece entre los hinchas, los derechos de imagen suman dólares; Messi y Neymar están entre los que más recaudan.
La última moneda de oro en las ganancias –concentradas en una minoría y obtenida a costa de la vida comprada de jugadores y de un deporte de masas– son las casas de apuestas online y en lugares de ocio en Europa, que comienza a ganar adeptos en otros rincones del mundo.
El fútbol es un negocio donde los clubes son gerenciados como empresas, donde las decisiones son de los accionistas, no de su masa societaria. En pocas palabras, donde cada vez más un capitalismo en aguda declinación y creciente parasitismo impulsa las actividades del «ocio» y del entretenimiento como atracción de mayores inversiones de capitales, y en ese sentido compiten con empresas de servicios financieros y con el casino de las finanzas especulativas.
El fútbol del negocio político
El empresario Mauricio Macri –hijo del acaudalado Franco Macri y de la terrateniente Alicia Blanco Villegas– inició su carrera política comprando la presidencia de BOCA, uno de los clubes de fútbol más populares de la Argentina, que gerenció como si fuera una sociedad anónima, se llenó los bolsillos con los negocios en la venta de jugadores y promovió el estadio-shopping (solo para personas sentadas, con plateas a precios que dejaron fuera de la cancha a las mayorías populares). Pero además, el cargo le sirvió como trampolín de fama y popularidad para llegar a la presidencia del país.
Sus «logros» como presidente de la República todavía están en la memoria y en las heridas de millones de trabajadores y sectores populares que siguen sufriendo sus consecuencias de forma cotidiana: creció el desempleo, la informalidad laboral, la pobreza, la marginalidad, el hambre, la desnutrición, el deterioro de los servicios de salud y educativos; desfinanció la ciencia, se cerraron fábricas y creció la deuda pública y privada, en particular la contraída con el FMI. Una de las designaciones de Macri más controvertidas fue el nombramiento de Gustavo Arribas como jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), que es el servicio de espionaje del estado. Arribas, como él mismo reconoció, no sabía absolutamente nada sobre el tema, pero el criterio de Macri fue que en ese puesto debía estar alguien de su absoluta confianza, una confianza ganada con la compraventa de jugadores como representante de los negocios de Macri durante su presidencia de Boca.
Arribas puso a la AFI al servicio de los intereses políticos y económicos de Macri, ejecutando una campaña de espionaje que abarcó a la oposición política y sindical, a los movimientos sociales, a sectores empresariales, a periodistas y a los propietarios de medios opositores, a los familiares de los 44 tripulantes muertos en el submarino hundido que reclamaban justicia, y hasta a amigos, partidarios y familiares directos del presidente… a todos los que le molestaban o podrían molestarle en su camino de negocios y enriquecimiento propio a costa del poder del Estado.
Pero esta cloaca maloliente no quedaba dentro de las fronteras nacionales. En enero de 2020, días después de dejar el poder, Infatino, el actual presidente de la FIFA, nombró a Macri presidente ejecutivo de la Fundación FIFA, con un presupuesto de 100 millones de dólares. Seguramente le estaba agradeciendo el papel protagónico de la FIFA en la reunión del G-20 realizada en Buenos Aires en 2018. ¿Qué más podían pedir los dirigentes de la FIFA, en particular Infantino, que entrar por la puerta grande de los negocios en el mundo, la puerta del G-20?
Como se escribió en la revista Olé, «Nunca un presidente de FIFA había podido disertar enfrente de los 20 líderes más importantes del mundo». Y lugar seguro de inversión para los capitales especulativos y los lavadores de dinero que viajan por el mundo sin fronteras ni obligaciones impositivas, decimos nosotros. Y Macri, anfitrión de la reunión, no perdió esa oportunidad, un favor que alguna vez cobraría con intereses.
El fútbol es también disfrutar del arte de Maradona
Jugando Diego Maradona se inició en la curiosidad, despertó al mundo, exploró en cada movimiento la forma, el peso, la textura de la pelota, a medida que la dominó, la hizo rodar, girar en el aire y alcanzar velocidad. Jugó con ella de noche, en la oscuridad adivinó su trayectoria, distinguió el movimiento por el sonido. Maradona en ese juego cotidiano entendió las leyes de la física, descubrió su habilidad, midió su fuerza y adquirió un oficio.
No le importaron las dificultades del terreno ni el mal tiempo, ni siquiera el estómago vacío; Maradona amó su pelota y el romance con el fútbol no tardó en llegar, desde los partidos con sus amigos del barrio pobre de Villa Fiorito, hasta el club donde practicó y se entrenó con pasión desde la primera vez. Una vez iniciada la práctica en un campo de fútbol, Maradona no se separó más de la pelota ni de los duros entrenamientos. Como tampoco se distanció del cariño por sus vecinos de su barrio todavía ignorado, ni olvidó sus orígenes humildes, creó lazos infinitos especialmente con sus padres, quienes lo cobijaron y lo amaron con esa pasión que luego Diego transmitió hacia el fútbol con un primer objetivo: sacar a su familia de la pobreza. Pero no se detuvo allí, sin ser marxista, se convirtió en un luchador por la causa de su familia, asumida como la causa de una clase social, la causa de aquellos que, como dice el Manifiesto Comunista, «no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar».
Su crecimiento como jugador de fútbol fue único. No solo se consagró como profesional, se distinguió entre todos porque logró crear la belleza que solo un artista alcanza. Los artistas en la literatura o en la música se distinguen de igual manera, son excepcionales. En la disciplina y en el trabajo cotidiano se logran habilidades, se construyen trayectorias y se consagran profesionales, pero muy pocos crean íconos, despiertan pasión y amor a través de su obra.
Con el equipo del Napoli, Maradona trascendió al fútbol, logró superar la barrera racial impuesta por la alta burguesía del norte de Italia al sur pobre. Con el equipo de la selección argentina le ganó a los ingleses, con uno de los 2 goles calificado como el mejor en la historia de la Copa Mundial, el «Barrilete cósmico». La derrota del equipo inglés, cuatro años después de la guerra de Malvinas, convirtió al 10 en símbolo de la defensa de la soberanía nacional contra la potencia imperialista.
Maradona, el luchador
No le dejaron alternativas, el capitalismo se mete en las entrañas de la sociedad y la organiza bajos sus reglas. No solo Maradona corrió tras la pelota, lo hace también y a una velocidad cada vez mayor, el negocio capitalista que mueve miles de millones de dólares en el mundo. Contra ese poder él también se enfrentó. Por esa razón se ganó un lugar destacado entre los luchadores, fue un guerrero, en un espacio que la voz de los de abajo, de los pobres, de los explotados no se escucha ni se tiene en cuenta.
Se enfrentó a los sectores dominantes del negocio del fútbol, aquellos que Diego acusó de «esclavizar» a los jugadores, a quienes defendió, organizó e intentó sindicalizar. Se enfrentó al poder de aquellos que destruyeron las asociaciones civiles, los clubes, que servían de refugio cultural, social y deportivo de los pibes pobres en las barriadas humildes de los conurbanos profundos. Se rebeló contra los poderosos en todos los terrenos, en el de la opresión nacional, contra el poder imperialista de Estados Unidos en la región, contra Videla y la dictadura argentina, contra la explotación laboral y los bajos salarios, contra el racismo, contra la riqueza acumulada por la Iglesia católica en el Vaticano. Se enfrentó a una decadencia y pobreza crecientes impulsadas por el dinero, por la búsqueda incesante del lucro y de la gratificación inmediata.
Cuando se despidió del jugador de fútbol, Maradona no abandonó sus sueños ni sus luchas, sus sueños de un equipo campeón de la selección argentina, de transmitir su arte en escuelas de fútbol alrededor del mundo, los sueños de un guerrero de la vida y de su pasión por la pelota. De gritarle ¡NO al ALCA! junto a Evo Morales, Lula, Chávez, Kirchner; de abrazar a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo, de agradecerle a Fidel Castro y de rendirle culto al Che. Maradona se describió a sí mismo como el fan número uno del pueblo palestino, también acompañó al pueblo sirio y podríamos seguir en una enumeración infinita.
Desde su muerte y hasta hoy, los medios nacionales se dedicaron día y noche al tema Maradona. Por unos pocos días con cierto respeto hipócrita, pero después se convirtieron en una cloaca maloliente. Primero comenzaron a sonar las voces que lo comenzaban a descuartizar: «Como futbolista fue un genio, pero “como persona” fue una porquería». Y ahora se dedican a buscar culpables de su fallecimiento entre los médicos, las enfermeras y el «entorno» que lo rodeaba, una pelea que tiene como telón de fondo la disputa por la plata, que ya era furiosa antes de que muriera.
Pero el hecho indiscutible, que todos los medios reconocen, es que Diego murió solo, abandonado y mal cuidado. Y eso ocurrió por dos razones. La primera, que él generó –y su figura seguirá generando– muchísimo dinero, que en este sistema capitalista podrido termina pudriendo también las relaciones humanas. La segunda, mucho más importante, que Maradona fue un luchador político que defendía a las clases condenadas a la miseria por los capitalistas y a los países explotados y oprimidos por el imperialismo.
Esto es lo que de verdad generó un odio furibundo contra él de las clases dominantes y de sectores de la clase media que se identifican con ellas, y eso es lo que expresan cuando lo cuestionan «como persona» para concluir que no hay que tomarlo como ejemplo.
La soledad que Diego sufrió en vida no la sufrió cuando murió. Centenares de miles –que eran la voz de millones– salieron a la calle para tratar de participar en su velorio, y ellos tenían muy claro por qué querían homenajearlo: porque sabían y sentían que Maradona los había representado y defendido.
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