La civilización y la justicia del orden burgués se muestran en su aterradora claridad siempre que los esclavos y los oprimidos de este orden se alzan contra sus dueños; entonces esta civilización y esta justicia se presentan como barbarie sin disfraz y como venganza sin ley.
Carlos Marx
La trampa utilizada por la política, la dirigencia sindical o social –aun cuando sea presentada con un lenguaje simple, números y gráficos ilustrativos–, está en la pretensión de esconder los objetivos de la ideología dominante, de la clase explotadora –la burguesía–.
En estos tiempos y en el mundo, los mensajes que se bajan desde el conjunto de las instituciones del Estado, difundidos por los medios masivos –en manos de lo que se suele llamar “poder concentrado”–, coinciden en un punto fundamental: el único sistema económico-social posible es el capitalismo. Un sistema que, desde hace más de un siglo, es capitalismo-imperialista, es decir, decadencia, monopolios y cada vez más militarismo. Un sistema opresor y saqueador de países en beneficio de las potencias más desarrolladas y con más alto poder de fuego, bajo el dominio de una franja minoritaria de la clase dominante, la gran burguesía, parasitaria, que se enriquece cada vez más con la especulación, sin trabajar ni producir nada.
A partir de este punto los mensajes se dividen.
Están los que defienden el llamado “modelo neoliberal”, y plantean que los Estados son grandes máquinas burocráticas, corruptas y que se apropian de la renta nacional, y con esos argumentos defienden las políticas de privatizaciones que significaron la expropiación de los bienes públicos y el patrimonio de los trabajadores. Y están los que denuncian que con ese “modelo” “los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”, pero que es posible un “capitalismo humano”, con un Estado que “regule” la actividad económica para “redistribuir” la riqueza de modo que una parte de las ganancias de los ricos se destinen a mejorar la vida de los trabajadores y los pueblos y países pobres.
Las crisis
Las crisis muestran al rojo vivo que los dos mensajes son mentirosos. Por ejemplo, en la megacrisis mundial de 2008, tanto los “neoliberales” como los “reguladores” pusieron los recursos del Estado al servicio de los grandes capitalistas, con millonadas para salvar de la quiebra a los bancos, las industrias y los monopolios comerciales más poderosos, con subsidios y exenciones fiscales de todo tipo, regalándoles parte de los salarios, etcétera.
Durante la pandemia ocurrió lo mismo: los grandes empresarios recibieron subsidios, las masas explotadas y empobrecidas solo limosnas, y millones de trabajadores nunca abandonaron la actividad, arriesgando su vida y la de su familia. No faltaban conocimientos ni redes de cooperación a nivel mundial capaces prever una tragedia de esa magnitud, y preparar a la población ante el peligro de un virus como el Covid. Las grandes empresas farmacéuticas reunían las condiciones científicas y técnicas para hacerlo, pero prevenir una catástrofe no brinda beneficios; en cambio, vender y distribuir miles de millones de vacunas a los países en condiciones de comprarlas, aunque se tardara meses y las víctimas se amontonaran en las puertas de los hospitales, era un enorme negocio. Y así fue como subieron meteóricamente las ganancias de esos monopolios.
Era inevitable, entonces, que el resultado de estas dos crisis, en todo el mundo, haya sido la concentración de la riqueza en cada vez menos milmillonarios y la multiplicación de la pobreza en la inmensa mayoría de sociedad, es decir, un aumento brutal de la desigualdad social, algo que reconoce cualquier economista, sociólogo o politólogo de uno u otro “modelo” que no sea un mercenario mentiroso.
Nacimiento y muerte del Estado de Bienestar
El objetivo de la gran mentira sobre los “dos modelos” es envenenar la cabeza de las masas trabajadoras para que se resignen a soportar las bestialidades del sistema capitalista. Y para eso tienen a su disposición la maquinaria más eficaz y, a la vez, más despiadada, que haya existido jamás para impedir justicia para las clases oprimidas y calumniadas, para limitar el libre pensamiento, para que no se desarrollen movimientos revolucionarios que impongan sus propias leyes económicas, sociales y políticas, mientras se garantiza el predominio de una única concepción de la civilización y de la justicia, que es empleada en este período histórico por las clases poseedoras del monopolio de la información para sostenerse en el poder.
De las dos mentiras, la del “modelo de redistribución de la riqueza” por medio del “Estado regulador” es la más peligrosa y nefasta para los trabajadores y el pueblo pobre, porque les trata de meter en la cabeza que es posible volver a lo que se llamó “Estado de Bienestar”, con pleno empleo, buenos salarios y jubilaciones, condiciones de trabajo y vivienda dignas, y salud y educación garantizadas desde el Estado. Ese “modelo”, que tuvo su mayor desarrollo en la Europa imperialista, nació un par de años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, aprovechando lo que se llamó el “boom económico de posguerra”, y también llegó a algunas semicolonias prósperas, creando las condiciones para que los trabajadores se ilusionaran con la existencia de “patrones buenos”.
Pero la verdadera razón por la cual los capitalistas fueron “buenos” e hicieron semejantes concesiones fue que al finalizar la Segunda Guerra Mundial triunfaron revoluciones socialistas que derrotaron a los capitalistas-imperialistas y les sacaron el poder político y las propiedades en toda Europa oriental, en China y en Corea del Norte. Y con la conquista de la independencia en la mayoría de los países de África, se terminó con el dominio colonial en el planeta.
El Estado de Bienestar fue una medida destinada a impedir que el “contagio revolucionario” avanzara hacia el Oeste, ganando para la revolución socialista a la clase obrera de las potencias imperialistas, como Inglaterra, Alemania, Francia e Italia, y terminara conquistando toda Europa. El “boom de posguerra” duró menos de 20 años, hasta mediados de la década de los 60; las superganancias de los capitalistas empezaron a bajar; las patronales y sus gobiernos dejaron de ser tan “buenos” y empezaron a ajustar, y las masas trabajadoras empezaron a luchar para resistir los ajustes, hasta llegar a grandes rebeliones de la juventud y la clase obrera como fue el “Mayo Francés” de 1968, que no se desarrollaron solo en Francia sino también en Italia, Alemania y otros países.
Esa agonía del Estado de Bienestar se convirtió en muerte súbita a comienzos de la década del 90, cuando el colapso de la Unión Soviética y la restauración del capitalismo allí, en China y en Europa del Este, acabaron con el “peligro comunista”. Hoy lo que queda en algunos países son apenas escombros de aquel Estado de Bienestar, que es absolutamente imposible de reconquistar si no es por una lucha revolucionaria que acabe con los Estados al servicio del capital y de lo que ellos mismos llaman el “poder real”, que es la propiedad de las patronales sobre los bienes de producción y de cambio.
La actual es una etapa de signo contrario a la que originó aquellos beneficios: países enteros –como Irak, Libia o Yemen– fueron destruidos por la rapiña imperialista, las naciones semicoloniales están cada vez más sometidas al dominio del capital financiero imperialista, no hay más independencia sino más sometimiento colonial y la “latinoamericanización”, o sea el proceso de crecimiento de la pobreza estructural, llegó para quedarse en las grandes potencias.
En esta situación de pérdida de conquistas y de soberanía, prometer la posible implantación de un Estado “regulador” y mayor redistribución de la riqueza, es veneno puro para las mentes de los trabajadores y los explotados en general, y tienen el objetivo de encerrarlos en una política de colaboración de clases e impedir que avancen a una lucha feroz, con el cuchillo entre los dientes, contra sus enemigos de clase.
La “gestión algorítmica” o “uberización” del trabajo, una novedad que tiene olor a viejo
Los dos “modelos” también coinciden en que los avances tecnológicos son una herramienta extraordinaria para llevar a la Humanidad entera a un futuro luminoso. Muchos de los que definen en qué consisten esos avances sostienen que, en este mundo “globalizado”, está en curso la “cuarta revolución industrial”, basada en la digitalización, la inteligencia artificial, la robótica y la “Internet de las cosas” (el comercio internacional y nacional de bienes vía aplicaciones o portales en Internet). Todo esto, dicen, provoca cambios históricos en el “mundo del trabajo”, cuyo mejor ejemplo son las aplicaciones tipo Uber. Se habla de “uberización” de las relaciones laborales, lograda por medio de una aplicación ubicada en algún país y que actúa en todo el planeta que, a cambio de una suculenta comisión, establece los contactos entre los que demandan un servicio o un bien y quienes los ofrecen.
Sería una necedad negar que estamos viviendo una “revolución tecnológica” que podría emplearse en beneficio de todos los seres humanos. Pero la pregunta del millón es: ¿quiénes se benefician y quiénes se perjudican hoy con la implementación de estas tecnologías?
La tutela de la ideología dominante hace invisible incluso el evidente control y la manipulación de las condiciones laborales y también de los tiempos libres, cada vez más escasos, de los trabajadores. No hay lugar a duda de las dificultades crecientes que tienen las masas trabajadoras para entender los verdaderos alcances y peligros de la transformación tecnológica, lo fundamental de los cambios sociales, económicos o políticos.
La utilización casi obscena de la tecnología para que los capitalistas obtengan cada vez más ganancias es convertida en virtud, en un resultado maravilloso de los avances de la técnica y del desarrollo civilizatorio. Una gigantesca nube de humo para ocultar cómo en manos del capital, bajo la apariencia de servir al bienestar humano, cualquier avance sea científico o tecnológico se puede convertir en su contrario, y constituirse en una herramienta fundamental de la sobreexplotación de la mano de obra, de la depredación de recursos públicos y naturales, del saqueo y del empobrecimiento de la población.
Las diferentes maneras de definir las transformaciones que operan en el sistema capitalista se pueden reducir a una: cómo extraer cada vez más beneficios (lucro, renta) de la explotación laboral, de la sanidad, de la educación, de los servicios, del consumo y de las distracciones de las masas trabajadoras. En pocas palabras, del trabajo y de la vida de la familia obrera.
La tecnología como herramienta de la explotación laboral
La mayoría de los autores ideológicamente emparentados con la posibilidad de embellecer o reformar el sistema vigente, optan por señalar algunos aspectos de lo que ellos consideran un capitalismo sustancialmente nuevo, como el que denominan “capitalismo de vigilancia”. En realidad, definen así el reemplazo de la gestión empresarial y/o gerencial para la organización del trabajo, por “la gestión algorítmica” ... “por encima de todo existe un sistema automatizado digital en base a algoritmos”, y señalan que “existen instrumentos de medición del tiempo y del trabajo que antes no había”.
Esos mismos autores esquivan las referencias al sistema de conjunto: al análisis de su estructura y de su proceso histórico. Para el funcionamiento de la fábrica capitalista, en 1911 nació el taylorismo –llamado así por quien lo inventó, el ingeniero yanqui Frederick Taylor–, que era un método de organización industrial para aumentar la productividad, o sea, la explotación de la mano de obra. Cronómetro en mano, empleados especializados medían el tiempo de cada operación y estudiaban qué movimientos del obrero eran necesarios y cuáles no lo eran, para obligarlo a poner toda su capacidad física y mental al servicio del máximo rendimiento de la máquina, empleando los recursos técnicos y humanos existentes en la época. Era algo nuevo... pero no tanto, porque la esclavización laboral por parte de los patrones de los músculos, los nervios y la mente del trabajador ya había sido descripta y definida mucho antes, entre otros, por Carlos Marx, y retratado magistralmente por Chaplin en 1936 en su película Tiempos Modernos.
Agregan, además, que la posibilidad del sistema de “gestión algorítmica”, es que “puede datificar, procesar y utilizar toda la información con arreglo a los fines de la producción de comercios y servicios, que se ajustan a una demanda que puede ser predicha”.
Pero en este campo, la acumulación de información sobre los gustos y necesidades y esa necesaria mediación entre los productores y los consumidores, que ayuda a prever el comportamiento de estos últimos, en su momento dio nacimiento al “marketing”[1], una disciplina muy anterior al actual desarrollo de la tecnología. Los sistemas para previsión de conductas no nacieron, entonces, con la digitalización, Internet, etcétera, y también son mucho más viejos los métodos de manipulación de la demanda, la búsqueda rabiosa de influir en el consumidor para persuadirlo de comprar algo que no necesitaba, o sea, para que la demanda crezca artificialmente creando falsas necesidades. Uno de los ejemplos más significativos fue el auge de la llamada “sociedad de consumo”[2] en Estados Unidos y otros países imperialistas. Antes de que existieran Internet y la digitalización se impuso la moda de cambiar de electrodomésticos o de autos sin esperar el tiempo de desgaste obligado por su uso, y cuando se impuso “la moda del consumo” nacieron disciplinas para fomentarla: los diseños para producción de objetos, de espacios, de vestimenta, etcétera.
Radiografía de la “uberización”
En el mundo hay muchos millones de jóvenes y de hombres y mujeres en edad de trabajar, pero no consiguen trabajo que están servidos a la mesa de la explotación capitalista. Uno de los instrumentos tecnológicos más eficaces para que queden presos de ese circuito son las aplicaciones tipo Uber.
En una fábrica o una oficina los medios de producción (máquinas, computadoras, teléfonos, electricidad, etcétera) los pone la patronal; en Uber, el automóvil, el combustible y el teléfono celular los pone el trabajador, pagándolos de su propio bolsillo. En los servicios de delivery como Pedidos Ya o Rappi, también son los trabajadores quienes ponen sus bicicletas, motocicletas y celulares.
Lo mismo se ven forzados a hacer quienes desde sus casas convertidas en oficinas de trabajo, con sus propias computadoras y pagando ellos Internet, la electricidad que consumen y los insumos que necesitan, buscan sus clientes ofreciendo servicios digitalizados a comercios y empresas.
Una vez más, la “uberización” es nueva… pero no tanto. Para dar un solo ejemplo, sin Internet ni aplicaciones, las empresas de la industria del vestido, fueran pequeñas o grandes, recurrían –y hoy lo siguen haciendo– a una cadena de trabajadoras a domicilio para hacer la producción. Cortadoras, bordadoras, tejedoras y costureras, todas ellas tenían y tienen que hacerse cargo de sus máquinas, de convertir sus casas en lugares de trabajo, de la electricidad, etcétera, e incluso se ven obligadas a recurrir al trabajo de sus hijos menores.
En estos casos –y en muchos otros– los trabajadores tienen algo más en común: no tienen salarios registrados, ni contratos –quien decide si les da trabajo o no es la “aplicación”–, ni jornada de trabajo –deben estar a disposición cualquier día y a cualquier hora–, ni vacaciones, ni jubilación, ni obra social.
Conclusión
Las alertas de los “capitalistas humanitarios” partidarios de la “redistribución de la riqueza” exigiendo “regular” las plataformas para el mercado de trabajo son un canto de sirena, porque en todo el mundo domina el sistema capitalista-imperialista de explotación laboral. Ese sistema empuja de manera irresistible a la precarización a masas cada vez más grandes de la población, al tiempo que reduce año tras año las opciones de trabajos con derechos conquistados en épocas anteriores.
En su desarrollo, el capitalismo pasó por varias etapas. En su etapa imperialista creó y desarrolló el monopolio y puso al mando de la economía y del Estado a un nuevo sector de la clase capitalista, la oligarquía financiera, que a su vez desarrolló nuevas formas de ganar dinero con dinero. La capacidad de adaptación del sistema está demostrada por su vigencia, y no por su capacidad de buscar “formas de incorporar tecnología a la gestión del trabajo con reglas humanas” o intentar “humanizar la tecnología en el trabajo”; esto es ajeno al sistema, que considera que la persona, el trabajador, es una mercancía, un costo, una fuerza de trabajo, o una cantidad de dinero utilizable como mano de obra, para multiplicar ese dinero.
Y para hacerlo tiene a su disposición los Estados: una maquinaria burocrática y militar de dominación de una clase, de esa franja minoritaria y extremadamente rica de la sociedad, que se apropia de los bienes de las masas trabajadoras bajo supuestos derechos constitucionales, regidos con el sagrado principio de la defensa de la propiedad privada de los bienes de producción y de cambio. Lo que en el mundo de hoy quiere decir estar al servicio de los monopolios y de los intereses imperialistas.
Desde fines del siglo XIX la clase obrera mundial cuenta con el estudio científico y la denuncia más violenta de Carlos Marx y Federico Engels sobre el funcionamiento del capitalismo, un sistema que empieza y termina en el dinero: poner dinero para obtener más dinero en donde en ese momento se pueda obtener la mayor ganancia, ya sea en la producción, en el comercio o en las finanzas, lo que hace que la economía sea caótica, como lo demuestra el estallido periódico de crisis profundas y violentas. Sus escritos fueron fundamentales para que el movimiento revolucionario de la clase obrera se abriera paso, desarrollara sus capacidades en función de un objetivo: destruir el sistema capitalista mundial, acabar con una clase parasitaria que vive de la explotación de los trabajadores e instaurar otro sistema, el socialismo: una economía planificada dirigida por la clase obrera. Las revoluciones socialistas en varios países, y en particular en Rusia y China constituyeron los logros más importantes.
Después de los años 90, surgieron nuevos atajos por donde parecen renacer las bondades y no las inequidades del sistema capitalista que solo busca el lucro, la ganancia, y que, para ese objetivo, se sirve de todas las herramientas para la depredación, no para el bienestar humano.
Con la restauración capitalista en China, los monopolios, las corporaciones, los bancos y fundamentalmente la clase oligárquica monopólica mundial desplegó sus brazos lo más que pudo para incorporar a miles de millones de consumidores y trabajadores chinos, cuyos bajos salarios fueron usados para hundir el trabajo y los ingresos de otros tantos millones en el resto del mundo.
En estas últimas décadas, el crecimiento capitalista chino sirvió para alimentar falsas expectativas sobre las posibilidades de un sistema mundial diferente, impulsadas por el Partido Comunista Chino, al que de comunista solo quedó el nombre, ya que en su seno militan los más importantes oligarcas megarricos del país.
La utopía de un “capitalismo humanitario” se fortaleció escencialmente porque el gigante chino sacó del atraso y urbanizó a miles de millones de chinos. Como todo fenómeno nuevo, en particular por la velocidad del proceso, por la escala que alcanzó, porque la máquina capitalista china impulsó el intercambio comercial del planeta, etcétera, alimentó esa clase de ilusiones. Pero no puede esconder las lacras que también se fortalecieron con esta extensión del capitalismo donde no existía, y menos todavía, ocultar los peligros que encierra el fortalecimiento de un Estado que también acelera su maquinaria militar para defender este sistema de explotación laboral y opresión de los pueblos del planeta.
El Manifiesto Comunista también está vigente
En síntesis, los reformistas y los neoliberales hablan de lo mismo: de cómo explotar la mano de obra con el objetivo de lograr en menor tiempo la mayor cantidad de productos. De cómo usar la tecnología para mejorar la utilización y abaratar la mano de obra, con el fin de que la propiedad concentrada, monopolizada, del capital y de los medios de producción logre sostener riquezas extraordinarias en un sistema en crisis y descomposición. Es un proceso muy acelerado por los avances técnicos y científicos, también por la producción armamentística, base fundamental en la mayor parte de esos avances, además muy necesaria para sostener la extensión del sistema capitalista a todo el planeta.
Los métodos de la guerra se fueron incorporando por las potencias dominantes para el saqueo de recursos, y por la rivalidad creciente entre potencias que se disputan en esa rapiña, a la par que el movimiento obrero mundial pierde conquistas y los pueblos sufren una opresión insoportable. Estas formas de dominación constituyen productos directos e inevitables del desarrollo del capitalismo, nacido en el siglo XIV. Son producto de su desarrollo, no tipos de cáncer fácilmente extirpables.
La ausencia de organizaciones revolucionarias y la crisis profunda del capitalismo mundial, son los factores que contribuyen al crecimiento de movimientos fascistas o neofascistas. Por esa razón, las tareas planteadas por el movimiento marxista en sus orígenes no pierden vigencia; todo lo contrario, cobran fuerza tal como quedaron explicitadas en la Internacional de Trabajadores, en su primer programa para la revolución: el Manifiesto Comunista.
La clase obrera en todo el mundo está dividida y fragmentada: trabajadores de países pobres y de países ricos; sindicalizados y no sindicalizados; efectivos, contratados y tercerizados; “formales” e “informales”; con algunos pocos derechos y sin ningún derecho; con salarios que todavía alcanzan para comer y con ingresos por debajo de la línea de pobreza e incluso de la indigencia. Se ha retrocedido en derechos, se han perdido conquistas; por eso el grito de guerra se mantiene y es más actual que nunca:
¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!
Florencia Sánchez
y Eugenio Greco
Diciembre de 2022
[1]. “El marketing es un proceso interno de las empresas por el cual se planifica con antelación la forma de aumentar y satisfacer la demanda de productos …” “Esta disciplina se responsabiliza de estudiar el comportamiento de los mercados y de las necesidades de los consumidores” Algunas de las definiciones más populares que se encuentran en Internet.
[2]. Fue R. H. Tawney –un socialista inglés– quien ya en 1920 acuñó el término, en su obra The Acquisitive Society (La sociedad de consumo).