Declaración de Perspectiva Marxista Internacional
La ofensiva imperialista comandada por Trump contra los pueblos latinoamericanos y del Caribe se agudiza. Hoy su blanco privilegiado es Venezuela.
El FMI, la OEA, los gobiernos cipayos de la región y sus fuerzas armadas se han ubicado al servicio de las decisiones de Trump, a quien no le faltarán aliados entre las potencias europeas, que ya dieron un ultimátum al gobierno de Nicolás Maduro para que en el plazo de una semana convoque a elecciones porque en caso contrario reconocerían al «presidente autoproclamado» o «presidente interino».
El gobierno de los Estados Unidos junto a varias potencias imperialistas y sus agentes en Latinoamérica, han designado de manera intencional otro presidente de Venezuela. Se trata de una grosera injerencia en los asuntos internos de ese hermano país, usurpando el pleno derecho a decidir soberana y libremente a los trabajadores y al pueblo.
Si los planes que buscan destituir a Maduro triunfan en Venezuela, se fortalecerán los gobiernos y las políticas ultrareaccionarias contra el pueblo pobre y las masas trabajadoras no solo en el país sino en Latinoamérica y el Caribe. Sin contar con que los acontecimientos, en una escalada peligrosa del conflicto, podrían derivar en caos y devastación para poblaciones enteras.
La velocidad que adquieren las acciones en el terreno político, económico y diplomático y de amenaza militar se deben a una combinación de varios factores, pero es evidente que el triunfo de Bolsonaro en Brasil le ofrece esta oportunidad única a la política irracional y cada día más agresiva de Trump, en un período en el que coincide la existencia de un número importante de gobiernos proyanquis, o sea, al servicio directo de sus intereses. Hacía ya varias décadas que el escenario político de la región que no estaba dominado por esta conjunción de mandatarios serviles a los gringos (cipayos), entre los fundamentales: Abdo Benítez, presidente de Paraguay; Lenin Moreno en Ecuador; el pinochetista Piñeira en Chile; Vizcarra en Perú; el oligarca Macri en Argentina; Duque en Colombia y el fascistoide Bolsonaro en Brasil. Quienes de manera rápida formaron el Grupo Lima como una primera demostración de la política proimperialista que defenderían.
Estos presidentes supuestamente «democráticos», bajo la dirección del amo del Norte y de los organismos internacionales que le son funcionales, han orquestado este esperpento político-institucional, quizás uno de los más burdos de la historia: la «autoproclamación» a presidente «a cargo» de Juan Guaidó, un dirigente de la oposición oligárquica a Maduro, días después de que este último asumiera como presidente un nuevo mandato constitucional. Este respaldo descarado –en todos los niveles de decisión internacional– a este personaje surgido de la nada, que ni siquiera fue candidato en mayo de 2018 (después de los fracasados intentos de golpe de la MUD y los yanquis), crea en los hechos «una dualidad de poder» y, como plantea la declaración del Ministerio de Exteriores de Rusia, «la formación de un centro alternativo de toma de decisiones lleva directamente al caos y destrucción de los cimientos del Estado venezolano».
Es evidente también la política de presión y chantaje ejercida contra las Fuerzas Armadas bolivarianas para intentar dividirlas y que un sector de militares efectivicen un golpe que derroque al gobierno surgido de elecciones en Venezuela, a cambio de lo cual les prometen una anmistía.
En el marco de esta batalla tan decisiva y tan despareja contra el amo del Norte, no tiene ningún fundamento discutir sobre la defensa de los métodos democráticos versus los «totalitarios» de Maduro, salvo que llamemos a confiar en el trío Trump-Bolsonaro-Netanyahu para liderar esa lucha por las libertades. Hoy, plantear la defensa de la «democracia» en Venezuela significa colocarse bajo la dirección del imperialismo yanqui y de los gobiernos ultrarreaccionarios de la región.
Cada vez que los yanquis agitaron las banderas de la democracia tuvieron bajo el brazo las toneladas de bombas y misiles que arrojaron en Vietnam, Irak, Afganistán, Libia y Siria. En cambio, las libertades democráticas que hemos conseguido y estamos disfrutando todavía a nivel de toda la región, a pesar de los marcados retrocesos, han sido fruto de la heroica lucha de las masas.
Las dictaduras feroces que dominaron en el Cono Sur durante los años 70-80 –que tomaron el poder por medio de golpes de Estado orquestados desde los Estados Unidos–, fueron derrotadas por la resistencia y la lucha del pueblo y de los trabajadores; nada se consiguió por la graciosa concesión de los militares, ni menos todavía del imperialismo. Los trabajadores debemos defender las libertades democráticas elementales (de organización, de prensa, etcétera) porque nos sirven para organizarnos para luchar, pero siendo conscientes de que el régimen «democrático» de la clase capitalista es realmente una dictadura de los poderosos y una trampa para ilusionarnos en que podemos solucionar nuestros problemas votando cada cuatro o seis años.
El enfrentamiento al imperialismo es una tarea democrática, es una lucha por la liberación nacional, incluye a todos: a los chavistas, a los castristas, a los petistas, a los peronistas que todavía levanten esta bandera, a los «populistas», a los anticapitalistas, etcétera.
Los países imperialistas han implementado todos los medios –que el dinero obtenido de la superexplotación de la clase obrera, de la opresión a los pueblos y de la especulación financiera les posibilita– para orquestar campañas destituyentes, de mentiras y de farsas institucionales para sacarse se encima los líderes de gobiernos que de alguna forma lo enfrentaron y tuvieron roces ecónomicos y políticos con ellos, en una palabra, que les obstruyeron de alguna forma el saqueo indiscriminado. Además de utilizar todos los resortes de las instituciones republicanas supuestamente democráticos, como el Parlamento, o supuestamente independientes, como el Poder Judicial y el poder de los medios de comunicación, los yanquis también distribuyeron bases militares en varios países, entre ellos Perú (8 bases), Panamá (12) y Colombia (9), entre las más conocidas. Siendo este último país, que además se ha convertido en un socio de relevancia militar para la OTAN, un actor clave en la región.
Venezuela es un territorio rico en oro, minerales y petróleo (principal reserva del mundo), o sea, que se trata de una presa codiciada para la ferocidad y el militarismo capitalista-imperialista. La política independiente sostenida por el chavismo y el respaldo comercial y financiero que le brindan China y Rusia le incorpora otra batalla, como lo planteara en su momento el ex secretario de Estado de Trump y director de la Exxon Mobil, Rex Tillerson: la presencia comercial en la región de estos dos países es una amenaza para «nuestros valores democráticos».
El último caso emblemático de la injerencia previo a los últimos sucesos venezolanos lo constituyó el encarcelamiento del ex presidente y candidato a presidente por el PT, Lula Da Silva, quien fue condenado por el «juez independiente» Moro, formado por el Departamento de Estado y por la Escuela de leyes de Harvard en los Estados Unidos y que hoy ocupa el cargo de ministro de Justicia en el gobierno de Bolsonaro. El avance de la injerencia no se detendrá en Venezuela. Las amenazas contra Cuba, Nicaragua y Bolivia suman blancos contra los cuales apuntan las bases y el financiamiento yanqui para equipar, entrenar y monitorear las fuerzas militares en la región.
En la otra trinchera, los trabajadores deberemos comprometer a nuestras direcciones políticas, sindicales y sociales en una campaña contra la intervención imperialista en Venezuela. Una campaña que abarque todos los ámbitos de la cultura, del trabajo, social, estudiantil, sindical y político contra la intervención política, económica y militar del imperialismo yanqui y los gobiernos ultrarreaccionarios de la región. Una campaña para confluir en una movilización de masas que se extienda desde México hasta Tierra del Fuego, ubicando en primer lugar la bandera de la defensa de la soberanía del pueblo venezolano y de su país.
Las diferencias que se puedan sostener con el régimen chavista y su movimiento político no puede hacernos caer en la trampa de apoyar la estrategia del imperialismo. A todos los trabajadores nos incumbe lo que pasa en Venezuela. Nuestro futuro está atado a las luchas que den nuestros hermanos latinoamericanos. Los máximos dirigentes políticos, sindicales y sociales que dicen defender la soberanía de nuestros países deben convocar a la movilización contra el avance imperialista en la región. Para frenarlo y derrotarlo debemos ganar masividad y decisión de lucha, y es necesario coordinar las protestas a nivel internacional.
Nicolás Maduro, su gobierno en pleno y la ANC deberían ubicarse en primer lugar de una convocatoria a los trabajadores y a las masas populares de Venezuela, Latinoamérica y el Caribe con el fin de movilizar contra la intervención de las potencias imperialistas, junto a las centrales sindicales, los dirigentes populares y las organizaciones políticas antiimperialistas. Cuba y los dirigentes políticos chavistas de todos los países deberían secundar esta convocatoria a la movilización antiimperialista.
Lo mismo deberían hacer López Obrador; Lula, junto al PT, la CUT, las demás centrales sindicales y los movimientos sociales de Brasil; las centrales sindicales colombianas junto a los partidos políticos opositores a Duque; Evo Morales y la COB boliviana; el Frente Amplio uruguayo; el kirchnerismo argentino; las centrales sindicales de Latinoamérica y el Caribe; los partidos que, aunque no cuestionan el sistema capitalista, se declaran populares, antiimperialistas o de izquierda, y las corrientes políticas latinoamericanas que se proclaman marxistas, entre ellas, las trotskistas.
Es imprescindible que en la patria de Trump, en los Estados Unidos, los trabajadores y sectores sociales y políticos opositores se manifiesten en contra de sus medidas contra el pueblo y la soberanía de Venezuela. Los movimientos de las mujeres, los chalecos amarillos franceses, los trabajadores y centrales sindicales de Europa, que hoy luchan contra las políticas de ajuste de sus gobiernos, deberían sumarse para reclamarles que no respalden la nueva aventura guerrera e imperialista de los yanquis.
Si los gobiernos de China y Rusia apoyan la decisión del electorado que le dio el mandato a Nicolás Maduro deberían entonces destinar fondos para que el pueblo venezolano no sufra las consecuencias del bloqueo y asfixia económicos que por distintas vías están ejecutando los Estados Unidos y demás potencias imperialistas.
Reafirmamos que está en curso un golpe de estado orquestado por los Estados Unidos, y si lograran su objetivo de dividir a las Fuerzas Armadas venezolanas, la agresión política y económica tendrá un desenlace militar con consecuencias trágicas para el pueblo venezolano.