EN DEFENSA DE VENEZUELA
Contra la ofensiva oligárquico-imperialista:
¡Unidad antiimperialista de los pueblos latinoamericanos!
El capitalismo se ha transformado en un
sistema universal de opresión colonial y de estrangulación
financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un
puñado de países «avanzados». Este «botín» se reparte entre
dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta los
dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón) que, por el reparto de
su botín, arrastran a su guerra a todo el mundo.
(Lenin, El imperialismo, fase superior
del capitalismo,
Prólogo a las ediciones francesa y
alemana de julio de 1920)
Los gobiernos de los países
imperialistas y los grandes capitalistas del mundo entero han
desatado una feroz campaña contra el gobierno de Maduro, que los
medios masivos se encargan de difundir y amplificar hasta el
hartazgo. En las recientes elecciones en Francia, la situación
venezolana fue motivo de campaña: Jean-Luc Mélenchon, el candidato
de «Francia Insumisa», recibió el apodo de «Chávez francés».
Con ese fuego de artillería, las personalidades del establishment
político y mediático francés intentaron desacreditar a un
candidato que sorprendió con un ascenso vertiginoso en las
encuestas.
La escalada contra el régimen chavista
de Venezuela, con el apoyo de los gobiernos lacayos latinoamericanos,
es promovida y financiada por el imperialismo norteamericano. El
«democrático» presidente Barack Obama fue promotor de esta
embestida e injerencia que viola la soberanía de un país
latinoamericano: en marzo de 2015, mediante una «Orden Ejecutiva»,
declaró que Venezuela era «una amenaza extraordinaria e inusual a
la seguridad nacional y política exterior estadounidenses»1, orden
que prorrogó un año más antes de dejar el poder. En esa orden
incluyó la suspensión de visas y el congelamiento de activos en
territorio estadounidense de siete funcionarios militares y
policiales venezolanos. La lista incluyó al exdirector de
operaciones de la Guardia Nacional Bolivariana, Antonio Benavides; al
director del servicio de inteligencia (SEBIN), Gustavo González; a
la fiscal Katherine Haringhton, y al director de la Policía
Nacional, Manuel Pérez, entre otros.
La campaña imperialista siguió
adelante bajo el gobierno de Trump. A comienzos de 2017, Kurt W.
Tidd, el almirante a cargo del Comando Sur de los Estados Unidos,
declaró ante el Congreso norteamericano: «La enorme inestabilidad
económica que ocurre en Venezuela afecta toda la región»; alertó
que China y Rusia «tienen una participación económica
significativa» en Venezuela y, por lo tanto, «sería difícil
imaginar que no tratarían de aprovecharse de un aumento de la
inestabilidad en ese país», y amenazó: «Venezuela enfrenta una
inestabilidad significativa en el año entrante debido a una escasez
generalizada de alimentos y medicinas, una persistente incertidumbre
política y una situación económica que va de mal en peor. La
creciente crisis humanitaria en Venezuela podría acabar exigiendo
una respuesta a nivel regional».
Una vez más, los yanquis preparan el
terreno para una intervención directa, vía golpe de estado o
«tropas de paz» de países latinoamericanos con «asesores» del
imperio, si fuera posible bajo la bandera de su «Ministerio de
Colonias», la OEA. Así lo hicieron en Irak, Siria y tantas otras
naciones, y con las mismas excusas: echar al «dictador» para
restablecer la «democracia» y hacer llegar «ayuda humanitaria».
Si lo lograran, el resultado sería el mismo: la destrucción del
país.
Detrás de la campaña yanqui contra el
régimen venezolano hay razones geoestratégicas, tanto políticas
como económicas.
En el terreno económico, Estados
Unidos pretende recuperar el control del petróleo venezolano, que
fue estatizado por Chávez, que usó gran parte de esos recursos para
armar un entramado de bienestar social, brindando vivienda, salud y
educación a los sectores más necesitados de su población. Pero los
yanquis van más allá: quieren disputar todo su «patio trasero»,
las semicolonias latinoamericanas, a un gran competidor, China, para
recuperar su puesto de privilegio en la rapiña imperialista por los
recursos naturales y energéticos de la región.
China ha fortalecido financiera y
políticamente la integración de un bloque de naciones que venía
presentado resistencia desde hacía más de una década a los
dictados del imperio. En 2005, en la IV Cumbre de las Américas, ese
bloque derrotó el intento estadounidense de imponer el ALCA, un
tratado de libre comercio casi colonial similar al NAFTA.
El amo del norte jamás perdonó ni
perdonará a los gobiernos responsables del fracaso del ALCA no sólo
por razones económicas, también políticas. En la V Cumbre de las
Américas, George W. Bush, fue denostado y humillado como nunca antes
lo había sido un presidente de Estados Unidos. Y el bloque que allí
comenzó a conformarse logró que casi todos los países
latinoamericanos se opusieran y denunciaran los golpes de Estado
«blandos» auspiciados por los yanquis que acabaron con los mandatos
de Zelaya en Honduras y de Lugo en Paraguay. Además, Chávez desafió
al amo del Norte al promover la integración latinoamericana,
centroamericana y caribeña contra los dictados de Washington, y
brindó apoyo financiero al gobierno de los Kirchner cuando el país
no recibía créditos de ningún organismo financiero mundial desde
que había dejado de pagar su deuda externa.
Desde entonces los yanquis juraron
venganza contra Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, los Kirchner,
Daniel Ortega y Lula. Había que erradicar esos «malos ejemplos» de
gobiernos que independizaban a sus países del imperio para que esas
naciones volvieran al redil que Estados Unidos había completado y
consolidado a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. La actual
campaña contra Venezuela es hoy la punta de lanza de ese objetivo
geoestratégico más ambicioso.
Los negocios de Venezuela con China
alcanzaron cifras muy elevadas: desde 2007 Venezuela recibió 65.000
millones de dólares por parte de la banca estatal china para
financiamiento, y el país creció económicamente (más del 5%
promedio entre 2005 y 2012) mientras el precio del petróleo se
mantuvo elevado.
Las repercusiones regionales de la
crisis capitalista mundial de 2008 y la prolongada recesión que la
siguió señalaron el declive del régimen chavista, asfixiado
económicamente por el desplome de los precios del petróleo en 2013.
Pero los negocios con China no se detuvieron:
«En 2015, Venezuela recibió US$10.000
millones de China, la mitad fue un préstamo al estado venezolano
para refinanciar su deuda y la otra mitad tuvo como destino a la
estatal petrolera PDVSA. Una parte de los préstamos que Venezuela
recibió de China lo paga con producción petrolera. Cuando el precio
del petróleo era alto ambas partes se beneficiaban, esas condiciones
cambiaron cuando el precio bajó.»
Y ahora China busca desarrollar como
alternativa la explotación del llamado «Arco minero del Orinoco»
que se extiende en una superficie de más de 100.000 kilómteros
cuadrados rica en oro, coltán, diamantes, hierro, bauxita y otros
minerales. La rapiña imperialista no puede tolerar que esos enormes
recursos queden en manos de su mayor competidor asociado al gobierno
venezolano.
A la campaña imperialista se han
sumado servilmente presidentes y altos funcionarios de nuestra
región.
Juan Manuel Santos, el presidente
colombiano, se refirió a la situación que está atravesando
Venezuela y declaró: «Es muy grave para Colombia la inestabilidad
del vecino país con lo que está sucediendo y con lo que podría
ocurrir»; afirmó también que la Asamblea Constituyente propuesta
por Maduro «no es la salida adecuada» a la crisis que vive ese
país, pidió la liberación de los presos políticos y se manifestó
«preocupado» por el proyecto venezolano de fortalecer las milicias.
Colombia es el país latinoamericano
con más bases militares norteamericanas en su territorio, con casi
el 12% de su población desplazada por el deterioro social y la
escalada de la violencia desatada a partir de los años 90 con el
Plan Colombia, patrocinado y financiado por los Estados Unidos. Según
la Fiscalía General colombiana, las acciones del Ejército
colombiano, tropas de elite yanquis y formaciones paramilitares de
mercenarios a sueldo de los terratenientes y narcotraficantes,
asesinaron a más de 150.000 personas, una cifra muchísimo mayor de
las que murieron por acciones de la guerrilla.
Donald Trump, actual presidente de
Estados Unidos, «expresó su alarma por la crisis humanitaria [en
Venezuela] y dijo que trabajará “de la mano con Colombia” hasta
que regrese la democracia». Y Lindsey Graham, uno de los
precandidatos republicanos en las últimas elecciones, aclaró de qué
se trataba: «Creo que la mejor manera de disuadir es fortalecer las
defensas de las Fuerzas Armadas colombianas. Voy a trabajar con el
presidente [Santos] para determinar qué es lo que se necesita para
prevenir una guerra con disuación y, si se presenta un conflicto,
Colombia tenga cómo defenderse de los venezolanos».
Luis Almagro, el hoy secretario general
de la OEA, que fue canciller durante el gobierno del Frente Amplio
uruguayo, se alineó con la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), o
sea, la oposición política al chavismo que actúa como agente
interno de la ofensiva imperialista contra Venezuela:
«Las acusaciones de delitos de
vilipendio y de instigación a la rebelión, así como otras
tipificaciones de similar naturaleza forman parte de un discurso
reaccionario desprovisto de fundamentos legales aplicados contra
manifestantes […] El régimen cívico-militar de Venezuela
representa lo peor de cada dictadura […] Esta cadena de mando no
tiene derecho a perseguir, no tiene derecho a encarcelar, no tiene
derecho a intimidar, a amedrentar y, en definitiva, a terminar de
destruir a la hermana nación venezolana y a desestabilizar la
región, escudándose en fantasiosas conspiraciones imaginarias y
desatendiendo sus responsabilidades […]
Hemos llegado a un punto que no tiene
otro retorno que el de las elecciones generales inmediatas para que
la gente de Venezuela pueda expresarse y redemocratizar el país.»
Los primeros puestos en la lista de los
gobiernos serviles al imperialismo yanqui fueron resaltados por el
senador Marcos Rubio, un hijo de gusanos cubanos que milita en el ala
más derechista del Partido Republicano y cuenta con el apoyo del
ultraderechista Tea Party. El 10 de mayo, el diario oligárquico
argentino La Nación, en un artículo titulado «Washington aumenta
la presión sobre Caracas», informó que Venezuela «fue uno de los
temas salientes de la 47ª conferencia anual del Consejo de las
Américas, en el Departamento de Estado, uno de los puntos de
encuentro de empresarios y diplomáticos de América latina y el
poder político de Washington», y resaltó el discurso de Rubio,
quien «dijo sentirse “complacido” de ver a varios países en la
región –nombró a México, la Argentina, Chile, Perú y Colombia–
liderar la ofensiva contra Maduro».
El creciente aislamiento regional de
Venezuela se profundizó por los éxitos de tres políticas del
imperialismo:
• El acercamiento del régimen cubano
a Estados Unidos, signado por la reanudación de las relaciones
diplomáticas, que apunta a la restauración del capitalismo en Cuba,
que hoy es el principal sostén político del régimen chavista.
• Los acuerdos de paz en Colombia,
propiciados por La Habana y el gobierno venezolano, que fortalecieron
al presidente Santos y, por esa vía, a la más poderosa cabeza de
puente del imperialismo yanqui en la región, con sus doce bases
militares en el país.
• La llegada al poder de gobiernos
oligárquicos proimperialistas en Argentina y Brasil.
Estados Unidos no está solo en su
embestida contra Venezuela. Lo acompañan, festejando eufóricos la
crisis social y económica del país, las demás potencias
imperialistas, con España a la cabeza, la Iglesia católica y todos
aquellos que se declaran defensores de la democracia, de la paz, del
fin de las ideologías, de la globalización, de la edad de oro de la
Unión Europea (los años 90) y del sueño americano (los años 50).
En todo el mundo la voces contra el régimen chavista se multiplican,
a la par que la oposición al gobierno de Maduro convoca a ocupar las
calles para lograr la «libertad de los presos políticos» y
elecciones inmediatas u otras formas institucionales que les permitan
terminar con el chavismo.
La agresión se desarrolla en
diferentes frentes: la violencia en las calles, la guerra económica,
las maniobras diplomáticas y la desinformación, que está a cargo
de las grandes cadenas monopólicas de la información mediática,
como la demócrata CNN y la republicana Fox.
Con Maduro en la presidencia y la
profundización de la crisis económica, el régimen político
comenzó resquebrajarse. Por un lado, la muerte de Chávez había
originado un vacío institucional que ninguna otra figura individual
podía llenar. Por otro, gran parte de la clase media e incluso
sectores de las capas pobres y del estudiantado giraron a la
oposición, lo que quedó en evidencia con su victoria electoral a
finales de 2015. Si bien el chavismo conserva un importante apoyo en
sectores de masas, han surgido en su interior fraccionamientos que
cuestionan a Maduro y al día de hoy el régimen se sostiene
fundamentalmente por el apoyo que recibe hasta ahora de las fuerzas
armadas.
El descontento social que afloró en
estos meses de movilización callejera no responde centralmente, como
vociferan los medios, a las exigencias políticas «democráticas y
antidictatoriales» de la oposición, sino fundamentalmente a los
agudos problemas sociales y económicos que afectan a los
trabajadores y al pueblo, que son las razones por las que protestan
los sectores más pobres.
Los compinches de la operación
imperialista contra Venezuela proclaman a los cuatro vientos que el
«Socialismo del Siglo XXI fracasó». Desde Perspectiva Marxista
Internacional habíamos alertado que eso sucedería si el proceso
venezolano no avanzaba realmente hacia el socialismo. Dijimos que si
los grandes burgueses nacionales y los monopolios imperialistas
conservaban su poder económico en las finanzas, el comercio, la
industria y la tierra, si no se los expropiaba, si se seguía pagando
la deuda externa, si no se implantaba el monopolio estatal del
comercio exterior, si no se ponían esos resortes fundamentales de la
economía bajo control democrático de los trabajadores, los
campesinos y el pueblo pobre, si todo esto no se hacía, Venezuela
iría a la ruina. Esto es lo que está ocurriendo; es la explicación
profunda del fuerte debilitamiento de la influencia del régimen
venezolano entre sectores de masas, y lo que le ha permitido a la MUD
apropiarse de las banderas de la «lucha por la democracia» y contra
la miseria creciente.
Pero, ¿qué está pasando en los países
en los que los enemigos de Venezuela celebran y muestran como modelos
el triunfo de gobiernos partidarios del «libre mercado» y la
«integración al mundo»?
Brasil, donde ellos estimularon el
impeachment contra la presidencia de Dilma Rousseff, denunciando la
corrupción del PT y de sus burgueses amigos, está en una crisis
económica inédita, y el sistema político brasileño atraviesa su
etapa más negra, con una crisis institucional gravísima y la
mayoría de los parlamentarios y funcionarios del gobierno de Temer y
de los restantes partidos, incluido el presidente, hundidos hasta el
pescuezo en la mugre de los sobornos y negociados multimillonarios.
Lo mismo ocurre en la Argentina con Macri y prácticamente todos sus
altos funcionarios.
¿Qué es lo que festejan en realidad
los siervos del imperialismo y las oligarquías locales? No es la
«democracia» ni la «transpariencia» de esos gobiernos-chiquero.
Lo que celebran es que los anteriores gobiernos «populistas», al
defender la subsistencia del régimen capitalista, arrojaron a
sectores de la población al apoyo a los nuevos gobiernos-chiquero,
permiténdoles a éstos lamzar brutales ataques a los trabajadores y
al pueblo pobre, y someter a sus países a los dictados del amo del
norte.
No abandonamos ninguna de nuestras
críticas al chavismo, no llamamos a apoyar políticamente a Maduro
ni a Diosdado Cabello, el jefe del ejército venezolano. Ellos son
una pésima dirección de la resistencia de Venezuela a la agresión
imperialista y no merecen la menor confianza de los trabajadores y el
pueblo pobre. Por eso es necesario que los trabajadores, poniendo en
primer plano la lucha antiimperialista en defensa de Venezuela, se
organicen y actúen de manera independiente, postulándose como la
única clase que puede ser consecuente hasta el fin en esa batalla y,
al mismo tiempo, negándose a aceptar ningún «sacrificio por la
patria» de sus condiciones de vida que les exija el gobierno. Pero
nadie que se diga revolucionario puede levantar la política de
movilizarse para derrocar a Maduro e imponer una salida electoral,
como hacen organizaciones «de izquierda» y «revolucionarias». Ese
llamado coincide en un ciento por ciento con lo que está haciendo la
oposición oligárquica y proimperialista, y semejante traición no
se puede ocultar con críticas a la MUD, que es la dirección de esas
movilizaciones, porque el primer deber de todo revolucionario es ser
antiimperialista.
Desde Perspectiva Marxista
Internacional levantamos la verdadera política marxista y
revolucionaria:
¡Unidad de los trabajadores y los
pueblos latinoamericanos y del mundo entero para defender a Venezuela
y derrotar la agresión imperialista!
Junio de 2017